La vida es un espejo que nos sonríe cuando sonreímos y nos pone mala
cara cuando nos enfadamos. Así que parece más inteligente ser amable que
gruñir.
El “otro” nos es necesario para
poder ser nos-otros. Sin los otros no podríamos tener consciencia de nuestra
propia identidad. La pertenencia a un grupo nos defiende de los depredadores y
nos permite desarrollarnos mediante el aprendizaje y la emulación, aunque la necesidad
de disponer de un espacio propio nos
empuje a rechazar el mismo grupo que necesitamos. Quizás fue esto lo que
llevó a Freud a hablar de la ambivalencia afectiva, amor-odio, que es más
intensa cuanto más cercanas son nuestras personas queridas. Porque las
necesitamos vitalmente, sí, pero abducen nuestra individualidad.
Al otro hay que añadirle el otro yo, el alter ego, o el sosias que nos suplanta. O el otro oscuro, que no es otro sino el mismo yo, del que renegamos, aunque unas veces nos situamos entre los dos y otras nos comportamos ignorándolo. O el otro “otro”, el que sobra, pero de ése será
mejor no hablar.
Al número singular y plural hay que añadirle el dual, pues dos no son
uno ni muchos, sino el par que hace posible que cada uno de los dos sea él mismo y
reconozca al otro como parte de sí mismo, pues no hay altos sin bajos,
ni guapos sin feos, ni par sin impar. Por eso no podemos ser nosotros sin los otros.
Jean Paul Sartre |
Y ya puestos en plan pedante, cuando Sartre se quejó de que “el enemigo
es el otro” había iniciado su etapa de existencialista. En la línea de Hobbes
que veía al “hombre como un lobo para el hombre”, ninguno de los dos llegó a
profundizar en que el conflicto es el
motor de la evolución y que, en lugar de la serie hegeliana de la tesis
como efecto de la síntesis-antítesis, hoy se trata más de la dialéctica
antinómica serial del equilibrio entre contrarios (ahí queda eso), sin por ello
tener que hablar de karmas ni del wishful
thinking (pensamiento ilusorio que confunde la realidad con el deseo), ni
de necesitar a los contrarios para llegar a la vida, el movimiento y la
libertad.
El otro como enemigo lo utilizamos para apiñarnos en nuestro propio grupo. Por eso cuando no lo tenemos lo inventamos.
Otras disquisiciones? Otra vez será.
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