Si queremos mejorar la educación tenemos
que comenzar por una enseñanza laica. La ciencia se basa en la experimentación,
la duda y la tolerancia, mientras que el dogma y la moral de los dogmáticos tiene
como fin la sumisión abyecta del creyente (que de paso aporta fondos al
cepillo). Si un parroquiano acepta que los burros planean o que una madre puede
serlo sin dejar de ser virgen y encima vuela en cuerpo y alma hasta las nubes,
por ignorancia o por miedo a castigos eternos en caso de negarse a aceptarlo,
esa persona ya está madura para ser manipulada hasta extremos denigrantes. De
hecho la degradación comienza cuando acepta el dogma, por irracional que pueda
ser.
La moral en estos casos es la suma inmoralidad: la que establece que el
fin justifica los medios. Para esta gente dogmática la virtud de un fin excelso
justifica cualquier medio, por perverso que éste sea. Y en nombre del fin más
alto, el de “a mayor gloria de Dios”, se han perpetrado las mayores iniquidades
de la historia.
El terrorismo internacional es una manifestación más del fanatismo
religioso. Su mejor escuela son las madrazas religiosas. Pero no es la única. Lo
peor es el lavado de cerebro al que se somete a los niños y adolescentes para
hacerlos sumisos al poder. Con la más peligrosa de las violencias, la que no se
nota, la soterrada, la que castra nuestra capacidad crítica y creativa.
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