Es un gustazo contemplar cómo nos prometen
el oro y el moro los políticos en época de elecciones, con las más burdas
desvergüenzas y falsedades. Es un gustazo aplaudir a nuestro grupo de rock en
las noches de concierto. Es un gustazo emocionarse con nuestro equipo de fútbol
cuando gana, sobre todo si es un derby. A que sí? Y no sólo es bonito, es que
además es útil, pues cohesiona a los miembros del grupo y los hace solidarios
entre ellos. Bravo.
Lo malo es cuando excede cierto límite, cuando nos obnubila, cuando nos
hace perder el control, cuando nos vuelve irracionales. Es entonces cuando
surge la masa rugiente normalmente manipulada por quienes apelan a los bajos
instintos (por qué los llamarán así? quizás porque subyacen soterrados por una
freudiana represión), normalmente por intereses inconfesables. Masa que se
manifiesta sin freno tanto en un campo de fútbol como en una manifestación anti-sistema,
tanto en un linchamiento como en una Díada catalana (sobre todo cuando se trata
de reclamar la independencia en este siglo global, añadiendo el catetismo a la
irracionalidad.)
Incluyo entre ellas las manifestaciones que acompañan a los reos al
patíbulo, real o en sentido figurado, clamando los vociferantes por la justicia
cuando realmente lo que exigen es venganza, sin entender que la justicia es
precisamente un proceso de superación de la venganza. Es difícil explicar a un
exaltado la excelencia cultural que ha significado la política penitenciaria racional de
reintegración social del delincuente (aún en mantillas), la presunción de
inocencia o el principio in dubio pro reo.
Gritar, vale, gritemos. Para pasarlo bien. Pero cuidado con utilizar los
alaridos como argumentos racionales.
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