Se trata de saber si conviene más
a) acomodar la oferta de estudiantes a la demanda de trabajo o
b) dejar al ciudadano que estudie lo que le plazca aunque ello redunde
en un exceso de universitarios sin puesto de trabajo.
Los defensores del a) aceptan implícitamente un numerus clausus de estudiantes universitarios con el riesgo
evidente de favorecer a la elite económica cuyos vástagos acapararían los mejores puestos de trabajo, dando de lado a otros más capaces pero con mayores dificultades
para su acceso. (Los pobres que fueran superdotados serían adoptados, gozando de becas que les
permitirían ascender en la escala social.) Y justifican esta política educativa porque así no se
despilfarrarían fondos públicos en la enseñanza que tendría como objetivo
preparar al estudiante para un puesto de trabajo. El hecho de que esta política
educativa sea más bien conservadora permite adoctrinar al estudiante desde su
más tierna infancia, haciéndole más sumiso (bien educado) y mermando sus facultades
de crítico y de creativo.
Los defensores del b) propugnan una sociedad cuyos miembros estarían
todos mejor cualificados para todo, para buscar un puesto de trabajo (aunque no
todos lo encontrarían), para convivir mejor, para disfrutar más de sus vidas.
Un título universitario, argumentan, no debe ser considerado como un derecho a
encontrar trabajo sino como un instrumento para que quien lo ostente pueda
ensanchar su mente, aceptar la diversidad, practicar la tolerancia. Pero es
más, una sociedad b) con “exceso” de universitarios sería no sólo más digna y
encomiable sino también más eficaz que una sociedad a) incluso para crear
nuevos puestos de trabajo, lo que la convierte en algo compatible, incluso
útil, con esta sociedad educadora de mano de obra que sin b) sería más barata, sin
duda, pero con menos “valor añadido”: piénsese por ejemplo en el I+D+I, nuevas
tecnologías, emprendedores…
... y por tanto de todo punto inadmisibles |
Vosotros tenéis la palabra.
Estas dos ilustraciones son tendenciosas |
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