Un reciente artículo de Krugman, “Demasiado responsables” trata sobre la política económica, fiscal, financiera y austérica en Europa. Puede decirse más alto, pero no más claro, vedlo:
Europa —o, más concretamente,
la zona euro, es decir, los 18 países que comparten la moneda común, se ha equivocado prácticamente en todo. En el
aspecto fiscal, Europa se ha apresurado a volver a la austeridad, con recortes
de gastos, a pesar del elevado desempleo. En el aspecto monetario, los
funcionarios se han dedicado a combatir la amenaza imaginaria de la inflación,
y han tardado años en reconocer que la amenaza real era la deflación. La austeridad europea reflejaba la obstinación en hacer
un diagnóstico erróneo de la situación
¿Por qué se han equivocado tanto?
El giro hacia la austeridad
reflejaba la debilidad institucional: países europeos que atravesaban apuros
similares, como España, quedaban a su suerte. Pero la austeridad europea
también reflejaba la obstinación en hacer un diagnóstico erróneo de la
situación. En Europa, como en Estados Unidos, los excesos que desembocaron en
la crisis afectaban abrumadoramente más a la deuda privada que a la pública,
con Grecia como principal anomalía. Pero los altos cargos de Berlín y Bruselas
decidieron hacer caso omiso de la evidencia y se decantaron por una narrativa
que atribuía toda la culpa a los déficits presupuestarios aunque, al mismo
tiempo, negaron las pruebas e insinuaron —con razón— que intentar atajar los
déficits en una economía deprimida agravaría la depresión.
Mientras tanto, en 2011 los
gobernadores de los bancos centrales europeos decidieron preocuparse por la
inflación y subir los tipos de interés, incluso cuando era obvio que era una
estupidez hacerlo.
La política monetaria mejoró
mucho después de que Mario Draghi se convirtiese en presidente del Banco
Central Europeo a finales de 2011. De hecho, casi con total seguridad sus
heroicos esfuerzos por procurar liquidez a los países que se enfrentaban a
ataques especulativos salvaron al euro del colapso. Pero no está claro en
absoluto que tenga las herramientas (suficientes)
para combatir las fuerzas deflacionarias de más amplio alcance puestas en
marcha por años de políticas equivocadas. Es más, tiene que actuar con una mano
atada a la espalda, porque Alemania (léase
Weidmann) sigue oponiéndose terminantemente a cualquier cosa que pueda
hacer la vida más fácil a los países endeudados.
Lo terrible es que la
economía europea se ha hundido en nombre de la responsabilidad. Es cierto que
ha habido épocas en las que ser fuerte significaba reducir los déficits y
resistir la tentación de emitir moneda. Sin embargo, en una economía deprimida,
la fijación con el equilibrio presupuestario y la obsesión por la moneda fuerte
son profundamente irresponsables. No solo son perjudiciales para la economía a
corto plazo, sino que pueden —y en Europa así lo han hecho- infligir daños a
largo plazo, menoscabando el potencial de la economía y llevándola a una trampa
deflacionaria de la que es muy difícil escapar.
Tampoco fue un error
inocente. Lo que me sorprende de los arcontes europeos de la austeridad, de sus
decanos de la deflación, es su autocomplacencia. Se sentían cómodos, tanto
emocional como políticamente, exigiendo sacrificios (a otros) en un momento en
el que el mundo necesitaba más gasto. Todos ellos han sido demasiado propensos
a pasar por alto la evidencia de que se estaban equivocando. Y Europa seguirá
pagando el precio de su autocomplacencia durante los próximos años, o quizá
décadas.
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