sábado, 7 de febrero de 2015

1037 (S 7/2/15) El alegre papel de la mujer

Soy un convencido de que el papel de la mujer en nuestra sociedad fue predominante durante la mayor parte de nuestra existencia como Homo Sapiens, desde los orígenes hace 150.000 años, semana más o menos, hasta el año 5000 en que el varón comenzó a cobrar un protagonismo que culminó en el 750 adne. en la República romana (ver, entre otras, las entradas nº 720 del 20/6/13, 435.3 del 5/9/12 ó 287.1 del 27/4/12:

        http://jotajota-jotajotaparalosamigos.blogspot.com.es/2013/06/720-j-20613-putas-productoras-y.html

        http://jotajota-jotajotaparalosamigos.blogspot.com.es/2012/09/435-reflexiones-y-otros-disparates-del.html

              http://jotajota-jotajotaparalosamigos.blogspot.com.es/2012/04/287-reflexiones-y-otros-disparates-del.html
        
     Hace una semana decíamos que, en la hipótesis de posibles matriarcados para las comunidades de nuestros ancestros, este término no es el adecuado. Pues arrastra las connotaciones de los patriarcados (violencia, competitividad, guerras, caudillos, propiedad privada, monogamia, monoteísmos, mono-todo, esclavos…) que no tienen nada que ver con aquellas hipotéticas sociedades, que yo prefiero llamar “maternales”, gestionadas por mujeres que tendrían que ser las madres.

        El papel de la mujer: darle alegría a la vida, Macarena, lo sugiere Javier Marías en su artículo “Las mujeres son más jóvenes” del 4/1/15 del cual resumimos:

        Hace unos días, al subir por Postigo de San Martín, oí una frase suelta que me hizo sonreír. Pasaba yo junto a tres mujeres de mediana edad que estaban ya despidiéndose. Reían con ganas, se las notaba de excelente humor y contentas. Una de ellas dijo: “Qué bien estamos las mujeres”. Otra contestó rápida: “Ay, y que lo digas”. Y la tercera apostilló: “Y nos lo pasamos genial”. Yo continué mi marcha, eso fue todo. Pero capté bien el tono, y no era voluntarioso, sino ufano; no era que trataran de convencerse de lo que decían, sino que estaban plenamente convencidas y lo celebraban, como si pusieran una rúbrica verbal a lo bien que se lo habían pasado el rato que habían permanecido juntas.

     Sería difícil escuchar estos tres mismos comentarios en boca de hombres, y aún más en varones de edad parecida. Sería raro que se rieran tan abiertamente y tan de buena gana como aquellas tres señoras simpáticas y tan conscientes de su enorme suerte. La suerte de disfrutar con las amigas, de compartir diversión y charla, con una especie de juvenilismo natural, no forzado ni impostado, irreductible…/…


Pese a que hoy tiende a proliferar el tipo serio y severo, la mayoría (de las mujeres) posee un buen carácter, cuando no uno risueño. Cada vez que veo a matrimonios de cierta edad, pienso que más valdrá que muera antes el marido, porque conozco a bastantes viudos desolados y que no levantan cabeza nunca, que se apean del mundo y se descuidan y abotargan, que pierden la curiosidad y las ganas de seguir aprendiendo, que se convierten sólo en eso, en “pobres viudos” desganados y desconcertados. Y en cambio casi nunca he visto a sus equivalentes en mujeres. Apenas si hay “pobres viudas”, es decir, señoras o incluso ancianas que decidan recluirse, que no superen la pena, que pasen a un estado cuasi vegetativo, de pasividad e indiferencia. Por mucho que les duela la pérdida, suelen disponer de mayores recursos vitales, mayor resistencia, mayor capacidad para sobreponerse y encontrarle alicientes nuevos a la existencia.

De todos es sabido que las mujeres leen más, desde hace muchos años; pero también van más al cine, al teatro, a los conciertos y exposiciones, y las conferencias están llenas de ellas. Salen a pasear, a curiosear, quedan con sus amigas y viajan con ellas. Las mujeres han sido siempre en gran medida el elemento civilizatorio, las que han hecho la vida más alegre y más amable, y también más cariñosa, y también más compasiva. No hace falta recordar que son las que educan a todo el mundo en primera instancia y las que atienden y ayudan más a las personas cuando su final está cerca. Pero, por encima de todo, mantienen en gran medida la juventud a la que muchos varones renunciamos en cuanto la edad nos lo reclama. Somos pocos los que no tenemos plena conciencia de los años que vamos cumpliendo, para atenernos a ellos. A numerosas mujeres les trae eso sin cuidado, para su suerte: están tan poseídas por sus energías de antaño que no hay manera de que las abandonen. “Y se lo pasan genial”. 

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