lunes, 2 de febrero de 2015

1032 (L 2/2/15) Creencias v. opiniones, lo absoluto v. lo relativo

Es fácil (no tanto, pero bueno), es fácil denunciar el disparate del dogma que hace que cada una de las religiones monoteístas se erija a sí misma como la única verdadera y las demás, falsas. Es tan evidente que no vale la pena perder el tiempo en ello.

        Pero el tema cambia cuando se trata de culturas. Ninguna cultura es superior a las demás, por supuesto. Y he dicho “superior”. El lenguaje es un buen ejemplo: hasta las sociedades más “primitivas” (éste ya es un término etnocentrista), algunas con un número muy reducido de palabras o de elementos en sus alfabetos, tienen todos los vocablos que necesitan para poder entenderse y desarrollarse. Y nuevas circunstancias provocarían automáticamente nuevos conceptos y nuevos términos para expresarlos.

        Pero ¿qué pasa con valores de nuestra civilización que consideramos de obligada aceptación y aplicación en todo el mundo, tales como por ejemplo los derechos humanos? ¿Debemos, es más, podemos, imponerlos en todos los países, etnias y culturas?

       
En su reciente artículo “Vuelve Huntington?”, Fernando Vallespín se pregunta si la fuente del conflicto del presente ya no es la pugna ideológica sino una lucha entre culturas, en particular la del Islam contra Occidente. Para Samuel Huntington, Occidente debería abandonar sus pretensiones de “exportar” los principios de los derechos humanos y velar por la defensa de sus valores en casa, defendiéndose frente a la quinta columna que suponen las minorías islamistas que anidan en su seno, teniendo en cuenta que valores tales como el pluralismo, la tolerancia o la libertad de opinión no caben en el seno de culturas monoteístas fanatizadas. Que lo que en estos momentos nos importa no es aquello que nos unifica en cuanto que seres humanos, sino la defensa de nuestra diferencia: Occidente se equivocó al considerar que era posible tender puentes entre las diferentes culturas, que son sustancialmente incompatibles. Huntington pensaba que el error de nuestra civilización reside en no verse a sí misma como una cultura más, sino como la cultura del futuro, la única que supo integrar los valores de la Ilustración, con el reconocimiento de la ciencia como única verdad oficial y la consecuente privatización de la religión. Sus valores los predica, por tanto, con carácter universal. Ahí estaría su ingenuidad, el considerar que, por nuestros avances en el proceso de racionalización del mundo, nos constituíamos en algo así como el modelo sobre el que otros habrían de converger. Occidente se ha convertido de hecho en una cultura más, y como todas ellas aspira a su defensa al modo tradicional.

       Sin embargo,  la conciencia de vulnerabilidad que reverdecen los últimos acontecimientos de París debería conducirnos a rescatar aquello que de verdad nos hace fuertes, los valores de la democracia y los derechos humanos y las instituciones del Estado de derecho. Para Ulrich Beck. el miedo no se combate recortando la libertad en nombre de la seguridad o volviendo al calorcito de las identidades primigenias. Sólo se alcanza persistiendo en la defensa de unos principios cuyo poder no reside en que sean “nuestros”, sino en que son de todos. ¡Más Ulrich Beck y menos Huntington!


       ¿O es esta afirmación una prueba de dogmatismo, y por tanto intolerancia, frente a otras culturas que no comulgan con nuestra axiología? ¿Cómo podemos fundamentar, racionalmente, la universalidad de nuestros valores?
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