martes, 9 de diciembre de 2014

979 (M 9/12/14) Males necesarios (por inevitables)

Hay males que no podemos evitar, es más, que son necesarios.
La economía de mercado, por ejemplo, que explota a la población laboral y tiende a los cárteles y monopolios, pero que es necesaria para producir bienes y servicios. Cuál es su sostén? la codicia, pero que si se regula, sirve de motor para la economía y de creación de riqueza que, distribuida mediante los oportunos impuestos, puede dejar de ser un mal para convertirse en benefactora. El mercado, pues, es peligroso pero sólo si no se regula. Regulado, puede coadyuvar al bienestar general.
Prostitutas y religiosos, por seguir enumerando algunos otros, los tendremos también que regular. Las primeras, para prestarles asistencia y paliar los abusos de que son objeto y las infecciones contagiosas de quienes carecen de la adecuada profilaxis y necesaria limpieza. Los segundos, porque ya está bien que gocen de tantos privilegios y campen por sus respetos (o sea, auto-regulados).
El terrorismo de conciencia que ejercen las religiones sobre las abducidas mentes de sus fieles seguidores (apuesto a que les resulta fácil ver lo absurdo de la fe en las otras religiones, en las fatwas, en las guerras santas…, pero no en la propia; apliquémonos el cuento) es algo que deberíamos erradicar como lo que es, un cáncer degenerante, aunque eso es algo que mucho nos tememos que aún quede bastante tiempo para que podamos acabar con esa lacra. Hay mucha, mucha gente que sigue todavía necesitándola. Y cuando la sociedad se vuelve laica, como al fin está ocurriendo ahora, el creyente descreído se refugia en campos esotéricos que explotan su necesidad de que se le prometan paraísos, a ser posible en vida y en esta misma tierra. Peor que los duros a cuatro pesetas.
Mención aparte exigen los militares, el armamento y las consiguientes guerras. Son males, sí, pero necesarios aunque sólo sea para defendernos de otros que, armados, pueden agredirnos. Lo absurdo de este argumento es que basta un solo agresor para que todos los demás tengan que armarse… para defenderse.
Y qué decir de las drogas? es el caso más claro de lo que perjudica cuanto más falto está de regulación. La ley seca se abolió ella sola cuando se permitió la venta regulada de bebidas alcohólicas. La ilegalidad de las drogas sólo conduce a la proliferación del narcotráfico y al peligro descontrolado para el consumidor por adulteración de lo que compra, a precios desorbitados. Una educación adecuada, un autocontrol de las dosis y una vigilancia legal de su composición y reparto, evitaría sin duda males mayores, que son los que padecemos. La ilegalidad de las drogas es el campo de cultivo de las mafias; las mafias son las más interesadas en que las drogas se mantengan fuera de la ley. (Legalizar las drogas no significa en absoluto que su consumo se declare útil o aconsejable sino todo lo contrario, peligrosas, y necesitadas por tanto de control y de regulación.)

Hay, pues, que regular los males que nos rodean si queremos que no nos perjudiquen, que incluso puedan beneficiarnos. Porque el mal no está en ellos sino en el uso que hagamos de ellos. Los daños del mercado, por ejemplo, se producen cuando se le deja a su aire, auto-regulado. Pero si lo regulamos adecuadamente, podremos convertirlo en un instrumento eficaz para nuestra salud económica y social.

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