Hay males que no podemos evitar, es más,
que son necesarios.
La economía de mercado, por ejemplo, que
explota a la población laboral y tiende a los cárteles y monopolios, pero que
es necesaria para producir bienes y servicios. Cuál es su sostén? la codicia,
pero que si se regula, sirve de motor para la economía y de creación de riqueza
que, distribuida mediante los oportunos impuestos, puede dejar de ser un mal
para convertirse en benefactora. El mercado, pues, es peligroso pero sólo si no
se regula. Regulado, puede coadyuvar
al bienestar general.
Prostitutas y religiosos, por seguir enumerando
algunos otros, los tendremos también que regular. Las primeras, para prestarles
asistencia y paliar los abusos de que son objeto y las infecciones contagiosas
de quienes carecen de la adecuada profilaxis y necesaria limpieza. Los
segundos, porque ya está bien que gocen de tantos privilegios y campen por sus
respetos (o sea, auto-regulados).
El terrorismo de conciencia que ejercen
las religiones
sobre las abducidas mentes de sus fieles seguidores (apuesto a que les resulta
fácil ver lo absurdo de la fe en las otras
religiones, en las fatwas, en las
guerras santas…, pero no en la propia; apliquémonos el cuento) es algo que
deberíamos erradicar como lo que es, un cáncer degenerante, aunque eso es algo
que mucho nos tememos que aún quede bastante tiempo para que podamos acabar con
esa lacra. Hay mucha, mucha gente que sigue todavía necesitándola. Y cuando la sociedad
se vuelve laica, como al fin está ocurriendo ahora, el creyente descreído se
refugia en campos esotéricos que explotan su necesidad de que se le prometan
paraísos, a ser posible en vida y en esta misma tierra. Peor que los duros a
cuatro pesetas.
Mención aparte exigen los militares,
el armamento y las consiguientes guerras. Son males, sí, pero necesarios aunque
sólo sea para defendernos de otros que, armados, pueden agredirnos. Lo absurdo
de este argumento es que basta un solo agresor para que todos los demás tengan
que armarse… para defenderse.
Y qué decir de las drogas? es el caso más claro
de lo que perjudica cuanto más falto está de regulación. La ley seca se abolió ella
sola cuando se permitió la venta regulada
de bebidas alcohólicas. La ilegalidad
de las drogas sólo conduce a la proliferación del narcotráfico y al peligro descontrolado
para el consumidor por adulteración de
lo que compra, a precios desorbitados. Una educación adecuada, un autocontrol
de las dosis y una vigilancia legal de su composición y reparto, evitaría sin
duda males mayores, que son los que padecemos. La ilegalidad de las drogas es el campo de cultivo de
las mafias; las mafias son las más interesadas en que las drogas se mantengan
fuera de la ley. (Legalizar las drogas no
significa en absoluto que su consumo se declare útil o aconsejable sino todo lo
contrario, peligrosas, y necesitadas por tanto de control y de regulación.)
Hay, pues, que regular los males que nos
rodean si queremos que no nos perjudiquen, que incluso puedan beneficiarnos. Porque
el mal no está en ellos sino en el uso que hagamos de ellos. Los daños del mercado,
por ejemplo, se producen cuando se le deja a su aire, auto-regulado. Pero si lo
regulamos adecuadamente, podremos convertirlo en un instrumento eficaz para nuestra
salud económica y social.
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