Asegura Stiglitz que hay una relación
directa entre la desigualdad económico-social y la salud de los ciudadanos. Y
pone, como ejemplo, entre otros, que en USA, donde la desigualdad es máxima
entre los 17 países más desarrollados, la expectativa de vida es mínima, cuatro
años menos que en los otros 16. Por no añadir que la clase menos favorecida no
tiene acceso a múltiples medicamentos, y que su escasez de recursos les fuerza
a fast foods cuyo efecto, la
obesidad, empeora su salud. O que el esfuerzo para ascender en la escala social
es mayor al ser mayor la distancia entre las clases, al hacerse más difícil la
movilidad social, lo que tiene como efecto más estrés, y ya sabemos cómo la tensión emocional afecta
al sistema inmunitario y a la salud en general. Punto y aparte.
Otro
tema donde la mala salud y la pobreza van de la mano se da en el caso de
enfermedades tales como el ébola, que al amenazar a los países desarrollados,
ha provocado que en tres meses dispondremos de la vacuna contra el virus,
mientras que en los países africanos llevan diez años muriendo por su causa sin
que nadie se acordara de ellos, ni de la vacuna que pudiera evitarlo. Nada más
lógico y natural: los laboratorios no tienen como objeto producir fármacos que
curen sino medicamentos para ganar dinero en el mercado. Y punto. Pero éste no
es punto y aparte. Ya podemos ver que el tema de la salud, a nivel global, si
queremos que sea justo y eficaz, hay que protegerlo dentro del sector público.
Sector por cierto al que no dudan en acudir, en casos de aprieto, aquellos que
pregonan la necesidad de que el mercado se auto-regule y que el estado no se
meta en los asuntos privados, entre los cuales por supuesto incluyen (o quieren
incluir a toda costa) el tema de la salud.
Otro
paso más: si la política económica de la austeridad provoca, como en efecto
provoca, mayores desigualdades, y éstas, como hemos visto, afectan a la salud
de los ciudadanos, la conclusión es clara:
la política económica que aplica nuestro gobierno es dañina para nuestra
salud. Lo cual ya sabíamos. Pero ahora nos referimos a la salud física. Y lo que se plantea es que quieren que
dependamos del sector privado para que haga las cosas que el sector público
hace mejor. Sobre todo si se trata del campo sanitario. El acceso a la atención
médica es un derecho humano básico. Y no esperemos que el sector privado esté
por la labor si no se asegura sus beneficios por delante.
Pero no nos vamos a
quedar aquí. Los que aplican la política económica que nos asfixia conocen los
efectos perniciosos sobre la pobreza pero no sólo lo aceptan sino que lo
provocan, al intentar distinguirse y distanciarse de los más necesitados para
así disfrutar de sus privilegios y opulencia (recuérdese el “que se jodan!” de
la señorita Fabra en el Parlamento que aprobó los recortes en los subsidios de
desempleo, como portavoz del inconsciente colectivo del partido del gobierno).
Así pues, lo que parece una política torpe, inútil, perniciosa, es mucho más
que eso: es una política asesina. Y si las víctimas son un colectivo, como en
efecto lo es, entonces llamemos a las cosas por su nombre: genocidio.
Comentario de Angeles Gutiérrez
No hay que olvidar otro tipo de enfermedad que producen las políticas asesinas y es el color gris del que tiñen todo lo que les rodea, produciendo ciudadanos grises que se olvidan de sonreír, y ésta es una enfermedad lenta pero implacable...
Comentario de Angeles Gutiérrez
No hay que olvidar otro tipo de enfermedad que producen las políticas asesinas y es el color gris del que tiñen todo lo que les rodea, produciendo ciudadanos grises que se olvidan de sonreír, y ésta es una enfermedad lenta pero implacable...
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