miércoles, 19 de noviembre de 2014

959 (X 19/11/14) La corrupción se combate por los pies

Me acaba de ocurrir. En la gasolinera donde compro los neumáticos seminuevos y a donde voy a repostar, a tomarme un capuchino de máquina y a comprar el periódico todos los días. El muchacho que me atiende mira de reojo los titulares de la prensa mientras sujeta la manguera. “Esos políticos corruptos entran a saco en las cajas porque las tienen a mano. A ver… Yo haría lo mismo, seguro. Así que no sé si serán culpables o no, pero yo sí lo soy.”
   Y no ha mirado al tendido, ni ha esperado un aplauso, ni siquiera se ha percatado de que me ha costado cerrar la boca desencajada después de haberle oído. Pero sospecho (no, estoy seguro) de que si un día le dejaran a mano una caja, éste no entraría a saco. La sinceridad y el respeto que se tiene a sí mismo se lo impediría.
   Porque quizás estos mangantes sí que nos representan. Pues si no los envidiamos y admiramos, por qué les votamos otra vez? Yo os diré por qué son tan descarados cuando se chulean por haber delinquido: porque saben que en el fondo nos gustaría estar en su lugar. El único modo de expulsarlos sería por un rechazo total, pero eso no lo sentiremos mientras seamos como ellos, en menor escala, pero como ellos, al pagar al fontanero sin factura para no pagar el IVA, por ejemplo, y por eso no los despreciaremos con la autoridad suficiente que les impida seguir robando, lo cual sólo ocurriría si sufrieran un rechazo, intenso y sincero, social. Difícilmente podremos exigir a otros conductas irreprochables mientras no empecemos por nosotros mismos. Y eso costará generaciones y mucha educación cívica que ya se encargan estos mangantes de sabotearla substituyendo por el catecismo religioso wertiano la asignatura de Educación para la Ciudadanía. De este modo se aseguran de que todo siga como está, de otro modo se les podría acabar el chollo. Y con las cosas de comer no se juega.
    El muchacho de la gasolinera me ha cobrado en la caja y me ha despedido sin mirarme, sin esperar mi elogio o mi propina.

    (Y ahora que recuerdo nunca me han ofrecido pagar menos por las ruedas, quitándome el IVA. Siempre me han dado factura.)

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