El dilema, rigurosamente científico por más que parezca un planteamiento elemental,
basto, burdo, zarrapastroso, simplista y hasta maniqueo, es tal como sigue:
Si para los ricos, para las elites políticas
y financieras, y para los economistas neoliberales secuaces de los anteriores, la
política de ayudas a los pobres y de aumento de impuestos a los ricos es
perjudicial para el desarrollo económico...,
y para el otro bando -los pobres y los
economistas con sentido común capaces de interpretar la realidad objetiva a la
luz de las experiencias de estos últimos años- la desigualdad económica y
social, consecuencia de políticas económicas austéricas, es mala para todos,
pobres y ricos, pues lastra el crecimiento económico, mientras que la
redistribución igualitaria es buena para todos, hasta para los ricos, y para la
economía...
no hace falta decir, por evidente, que la
primera de estas dos teorías, a pesar de ser falsa, se ha venido practicando
desde siempre, mientras que la segunda, por correcta que sea, sigue siendo una
utopía. Ya decía Cipolla en su ensayo sobre la estupidez (véase la entrada 932 de
hace cinco días, del pasado día 12 de este mismo mes)
que ésta se define por la
actitud de hacer daño a los demás aunque ello no conlleve beneficio alguno para
uno mismo.
Pues bien, menos rollo y al grano. El tema
no puede estar más claro. Empobrecer a los pobres reduce su capacidad de consumo
y sin consumo no hay economía que levante la cabeza. Aumentando, sin embargo,
su poder adquisitivo, la demanda interna exigirá una mayor oferta (producción)
y consiguientemente un mayor enriquecimiento para los amos de la industria y
los servicios. Y punto. Si no hace falta más… Así de simple. Es más, la experiencia
de estos últimos años ha confirmado esta perogrullada de tal manera que hasta
Standard & Poors, la portavoz de los intereses de la elite financiera, acaba
de reconocerlo pública y expresamente. Así que “la desigualdad perjudica a
todos, y no sólo es injusta sino también cara. Para todos. Pues desaprovecha
los recursos humanos”. Una economía más justa será también una economía más
rica, remacha Krugman: adiós, filtración de la riqueza de arriba abajo (falsa
argucia que utilizan los teóricos de la primera de las dos teorías), bienvenida
sea la filtración de abajo arriba (el enriquecimiento de los ricos “a costa de”
un mayor nivel de vida de los pobres).
Claro
está que el placer de sodomizar al personal, por el regusto de hacerlo, puede
compensar a los más afortunados de sus mermas en los beneficios económicos por
causa de una economía deprimida por falta de consumo. Pero esos son ponderables
espurios que escapan del marco económico riguroso y sobrio en el que hemos
intentado centrar este dilema.
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