Jovi Esteve, en
“¿Por qué enfría un botijo?”, nos informa que:
Seguramente
habrán escuchado más de una vez la expresión “eres más simple que el mecanismo
de un botijo”. En realidad, el proceso por el cual un botijo (o cualquier
recipiente de cerámica porosa) puede enfriar el agua que hay en su interior es
más que curioso y hay una buena dosis de ingenio detrás de él. No es tan
“simple”.
Intentaremos
explicarlo en estas breves líneas puesto que, en definitiva, la base de este
ingenio utilizado por generaciones desde hace siglos (los romanos lo llamaban buttis, y su
origen podría remontarse al neolítico) se reduce a la refrigeración por
evaporación. Para que vean su impresionante efectividad, si dejamos un botijo a
una temperatura ambiente de unos 30 grados centígrados y una humedad del 40%,
logrará enfriar el agua de su interior unos 10 grados en apenas una hora. ¿Cómo
consigue hacerlo? En principio, el material que se utiliza en su fabricación es
la arcilla, ya que su porosidad permite que el botijosude, es decir, que se filtre agua poco a poco hacia afuera. Esta
agua sudada se evapora en cuanto
entra en contacto con el aire del exterior, pero para que el agua pase de un
estado líquido a gaseoso (evaporación) necesita energía (calor), que la robará
del agua contenida en el interior, produciendo el enfriamiento progresivo de la
misma.
Por
esta razón en las zonas donde hace más calor y el aire es más seco, la
evaporación será más rápida y los botijos tendrán un mayor rendimiento,
pudiendo hacer descender la temperatura del agua hasta 15 grados. Si en el
exterior hay mucha humedad, no funcionan tan bien. Eso sí, no los barnice ni
pinte, puesto que perderán su porosidad y con ello, su potencial refrigerante.
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