Incluí no sé dónde, ni tampoco viene al
caso, el término “catetismo” que alguien, no recuerdo quién, ni eso añade nada,
me reprochó porque esa palabra no existía. Que no existía, decía, y la tenía
escrita por mí delante de sus narices. Lo que realmente quería decir es que la
RAE no incluía este vocablo en su diccionario. Y a mí, qué! El problema no es
mío, sino del diccionario. Que lo incluyan. O que lo dejen como está. A mí me
da igual.
Quiero decir que la existencia de las palabras no depende de su
inclusión o no en ningún diccionario, sino de su libre aceptación por la gente
en la calle. Sustantivar un adjetivo (cateto-catetismo) es un privilegio del
que habla, o escribe, y si es inteligible y la gente lo acepta,
reúne las dos condiciones que ha de cumplir cualquier vocablo para quedar
legitimado. Porque la vigencia de una palabra no depende de que la acepte un
diccionario sino de que la gente la use y se entienda con ella. Si estará
despistado el diccionario de la RAE que, al no incluir la palabra catetismo,
nos deriva a catecismo y patetismo.
De aquí que el mal uso, o desuso, de algunas palabras derive en vocablos
incorrectos que, al ser aceptados por una gran mayoría, se vuelven correctos.
Pongo por caso la palabra “influenciar”, y no digamos “influenciable”, que es un
mal uso que me produce un fuerte rechazo pero que, al ser admitida
generalmente, ha sustituido a la más correcta “influir” que ya está condenada al
olvido por desuso.
No ha llegado a ese estado todavía la palabra preveer o preveyó…, que son realmente prever o previó (ver con
anticipación), pero que son fruto de su confusión con el “verbo proveer”
(suministrar).
Por último, no es tan clara la línea entre lo correcto y lo incorrecto,
quiero decir lo legitimado por su general aceptación y lo exiguamente aceptado
(o que no sea fácilmente inteligible o que induzca a confusión). En estos casos
lo siento pero opto por una postura tradicional, moderada y conservadora.
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