Hecatombe era el nombre con que se
designaban los sacrificios de cien bueyes a Zeus (hecaton: cien; bous:
bueyes). Imaginaos la humareda que causarían y el olor a la carne quemada que
ha derivado en la acepción de este término como algo horrible, sobrecogedor,
catastrófico, cuando realmente se trataba de una fiesta, la fiesta de los
sacrificios al padre de los dioses (la humareda en Hiroshima bien podría
recibir esta acepción). Suele ocurrir con vocablos importantes que derivan en
lo contrario de lo que significaron en sus orígenes. Como ocurre con la palabra
“mito” que de relato por medio del cual, junto con los rituales, se transmite la cultura de los
ancestros, ha llegado a degradarse como simple
“mentira” o afirmación no justificable.
El lugar principal de culto a Zeus era Olimpia, al norte del Peloponeso
y al sur del Golfo de Corinto, pero dado su carácter panhelénico se le rendía
culto en todas las ciudades griegas, y en especial en Creta, Samos, Atenas,
Platea…, o Siracusa en Sicilia.
Así que ya sabéis, cuando alguien califique de hecatombe una catástrofe
podéis frenarles, eh, tú, quieto parao, que hecatombe era una fiesta…, o mejor
no lo digáis, porque os tacharían, como hacéis ahora conmigo, de pedante.
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