Con este texto "Interruptus" de David Trueba, del 6/11/13, apostillamos el tema del Erasmus de ayer. Que el Gobierno hace trampas no lo duda
nadie. Basta verificar cómo inyecta dinero en la banca, en el automóvil, en los
peajes, mientras se lo niega a sectores también necesitados. Basta comprobar
cómo utiliza el drama cuando le resulta menester y, sin embargo, recurre a la
esperanza y la recuperación cuando se trata de aplacar la depresión
generalizada. A ratos uno tiene la sensación de que es tal el nivel de
trampantojo con el que envuelve a los ciudadanos que hasta un magnate de la
ruleta como Sheldon Adelson se está pensando si instalarse acá, no sea que se
tope con alguien más tramposo que él. Pero la peor de las trampas es aquella
que se practica sobre las reglas de juego. A mitad de una mano de póquer tu
rival decide que los sietes tendrán el valor de los ases.
Algo así les ha estado a punto de pasar a los erasmus españoles. Sabemos que los recortes
están asumidos por el conjunto de la sociedad sin la menor crítica. Basta con
enseñar los agujeros contables como quien enseña media teta en los carteles de
un teatro. Pero lo que resultaba indecente es que tal cambio se perpetrara con
los estudiantes desplazados y sus familias en plena ejecución de los
presupuestos del hogar. Bienvenida, pues, la rectificación. Si lo que se
perseguía es que la beca respondiera a un medido esfuerzo social podría hasta
aceptarse. Es volver a perjudicar, por enésima vez, a las clases medias,
convertidas en España en el payaso de la lavadora. Ni son lo suficientemente
pobres para recibir una beca, ni lo suficientemente ricos para mantener al hijo
un año en alguna ciudad europea.
Lo interesante es detenerse a observar
las estrategias. La rectificación es posible cuando en otras ocasiones nos
imponen la fatalidad. El escándalo era insostenible, parece. Y eso que ya había
funcionado la otra estrategia habitual, la del desprestigio. En ella los medios
se dejaron utilizar de manera soez. Se dibujó a los becados como vagos,
vividores, aprovechados del sistema, privilegiados a los que se puso el mote de orgasmus. Hasta los padres
aceptaron que sus hijos eran unos caraduras. Por suerte ahora todo queda interruptus. Vuelve, quizá
por Navidad, el sentido común. O no. Veremos.
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