Le dimos el ser, lo creamos con mimo y le
dimos cuanto teníamos esperando que cuidara de nosotros en nuestra vejez, pero
nada más salir del recinto de las operaciones, se revolvió contra nosotros con
una furia y crueldad que no podíamos entender. Algo había fallado en nuestro
proyecto. Le habíamos concedido demasiado poder y no tardó en utilizarlo contra
nosotros, los mismos que le habíamos engendrado, sin saber muy bien cómo ni
para qué. Lo que menos esperábamos es que se reprodujera como lo hizo. Y hoy
día son un ejército que se divierte golpeándonos sádicamente y sin ningún
motivo cuando se cruzan con nosotros en las calles. Menos mal que lo
programamos para que durara sólo, sólo? cuatro años. Pero ya ocurrió hace
cuatro años, y cuatro años antes…, y volvemos a resetearlos. Debemos padecer el
síndrome de Estocolmo ya que no podemos evitar la compulsión irracional de
actualizar su software a sabiendas de que nos va a reprimir, a golpear, a hacer
daño sin necesidad, sólo para dejar claro que manda en nosotros, que es él
quien ejerce el poder. Es la rebelión de Satán contra su creador, una maldición
divina, de la que sólo saldremos si conseguimos superar nuestra ceguera y dejar
de seguir hipnotizados. Ha aprendido a aniquilarnos en masa sin mancharse las
manos, al tiempo que nos exige el máximo respeto. Es el contrasentido más
absurdo que podríamos haber imaginado, y generado, creyendo que habíamos
inventado al mejor servidor de los humanos. Que cómo se les reconoce? Se le
puede identificar por ir siempre trajeado, mentir continuamente y hablarnos
tras un plasma… para evitar que le disparemos con nuestras preguntas. O
simplemente para no escucharnos.
Cuando
en 2015 lo encerremos de nuevo en su urna, habremos inventado ya un nuevo plan
para desprogramarlo?
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