Quiero referirme al mercado financiero,
ése que empieza y termina en sí mismo ignorando la economía y el empleo a
los que debe su ser y de los cuales reniega como un malnacido, ése donde el
dinero no sirve para adquirir cosas sino que se compra y se vende a sí mismo,
ése que ignora las necesidades sociales y se niega a ser regulado porque está por encima del bien y del mal.
El dinero expresa el valor de las cosas (productos y servicios) pero en
los casinos de los mercados financieros (Bolsas, Clubs, Consejos…) no se
utiliza el dinero, se juega con fichas. Y es con esas fichas que se expresa el
valor del dinero, su % de interés, el tipo de cambio en las divisas, o el
precio del dinero a futuro. Ya no se necesita guardar el dinero en un calcetín,
o debajo del colchón, ni siquiera en los bancos. En su mundo virtual el “dinero”
se esconde en una nube/red que engarza desde accionariados hasta deudas a la
mafia. Intentar regular este mercado es arar en el mar o poner puertas al
campo.
En un país como USA donde la auto-regulación es un punto de partida en
el mundo laboral, económico y social, la ciudad de Detroit es un buen
ejemplo (vide entrada 558.2 del 18/1/13). Paradigma de la industria, la ciudad se desmorona y agoniza entre sus
ruinas. En Europa atenderíamos perplejos al espectáculo de su derrumbe físico, urbano y moral. En USA, no. En USA lo
ven de soslayo con la misma naturalidad con que se acepta que una serpiente
cambie de camisa. Es ley de vida, síntoma de crisis y, por tanto, de progreso.
Un nuevo Detroit (o un nuevo mercado financiero) surgirá de sus cenizas (o de
sus burbujas). Y si no resurge, peor para ella.
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