Para
los que me recrimináis que yo sea tan quejica y repetitivo con los políticos y
las instituciones, aquí tenéis recién vueltos de las vacaciones escritores tan
respetables como Marías o Vicent que lo primero con lo que se despachan es con
lo siguiente:
Ya estamos de vuelta los que nos hayamos ido, y los
que no, nos ven regresar más bien con desagrado, quizá pensando: “¿Por qué no
permanecen donde estaban? Sin ellos la ciudad parecía más tolerable y
llevadera, sin tanto tráfico ni aglomeraciones, sin tanto mal humor y tanto
ánimo bajo, al menos andábamos más repartidos”. Y sin duda también habrá esta
reacción generalizada, tanto entre los ausentados como entre los inmóviles:
“¿Por qué hemos de soportar de nuevo la presencia continua, obsesiva, de
nuestros gobernantes nefastos, que jamás nos traen alegrías y sí amarguras
constantes? Todo ha funcionado algo mejor sin sus decisiones de los viernes o
de cualquier otro día; sin sus declaraciones canallescas o estúpidas, sin que
viéramos sin cesar sus caras y escucháramos sus argumentaciones burdas y
cínicas. Hemos comprobado, durante agosto, que se vive un poco menos mal sin su
agobio. ¿Por qué no continuar así, por qué no se van a sus casas y se retiran?
No se trata de que no gobiernen (eso sería pedir demasiado), pero podrían ser
más modestos y desaparecer de nuestra vista”. Algo muy
grave sucede cuando gran parte de la ciudadanía percibe a sus gobernantes como
un peligro; gente de la que no esperar ni ayuda ni soluciones, sino condena y
problemas. Lo que hoy nos deprime a la vuelta es más bien el reencuentro con
los facinerosos a los que en mala hora votamos. Gente que engañó, y presentó un
programa para incumplirlo a rajatabla, que habló de transparencia y cada vez es
más opaca, que anunció limpieza y aparece enfangada. Se aduce que los casos de corrupción
y de prácticas indecentes que se descubren (pueden ser indecentes cosas
legales) pertenecen al pasado y no al presente, como si ignoráramos que se
tarda tiempo en destapar lo que se procura ocultar por todos los medios. A
nadie le cabe duda de que lo sucio que esté ahora pasando se sabrá
sólo, con suerte, dentro de unos cuantos años. Vistos los precedentes, lo que
nadie cree es que ahora ya no haya corrupción ni prácticas indecentes;
al revés, damos ya por sentado que sigue habiéndolas y que quienes incurren en
ellas se estarán esmerando todavía más en borrar las huellas. Sabemos que el
saqueo de la ciudadanía a base de impuestos, de arbitrarias inspecciones de
Hacienda que cambian la legalidad y las reglas a traición y a su conveniencia,
de imparables subidas de la electricidad y otros servicios básicos, de
reducciones de sueldos, de condiciones laborales al dictado de los empresarios;
sabemos que es todo eso lo que nos aguarda otra vez, aumentado.
Por la
mañana mi pensamiento predominante es: “¿Qué habrán hecho hoy, qué prepararán
estos desalmados? ¿Qué nueva medida contra la gente habrán ideado?
¿Qué ley insensata o injusta habrán aprobado, qué derechos y libertades nos
habrán mermado, qué falta de piedad querrán aplicar, qué mentiras habrán
inventado?” Algo muy grave sucede cuando gran parte de la ciudadanía percibe a
sus gobernantes como un peligro y una amenaza, como gente de la que no cabe
esperar salvación ni ayuda ni mejoras ni soluciones, sino condena y obstáculos
y empeoramiento y problemas. Hay quienes lamentan que estas columnas mías a las
que regreso sean reiterativas en los últimos tiempos; que critique al Gobierno que
nos ha llevado, entre otros males, a tener casi siempre dirigentes funestos,
algo invariable a lo largo de nuestra historia. Pero es que han de sonar las
alarmas cuando, al volver del verano, lo que nos acongoja y abruma no es
reanudar el trabajo, sino enfrentarnos otra vez, inermes, a nuestros
gobernantes. Mientras esto sea así, habrá que insistir, ya lo deploro.
M Vicent, Políticos, periodistas y el carro de la basura, 1.9.13.
La forma precaria de sacar la carreta de la
charca franquista produjo luego mucho desencanto, pero semejante frustración no
es nada si se compara con el desprecio que la mayoría de los ciudadanos siente
hoy en general hacia la política y el periodismo. Puede que aquellos políticos
y periodistas , cuya imagen ha edulcorado el tiempo, no fueran nada del otro
mundo, pero ninguno se comportó como un canalla, una afirmación que no se sostiene
ahora. La monarquía, entonces respetada, está hoy a las patas del caballo; el
Congreso de los Diputados, que albergó el nacimiento de la libertad, hoy tiene
que ser protegido por guardias acorazados ante el cerco de jóvenes (y no tan
jóvenes) indignados, y la hidra de las siete cabezas ha comenzado a pudrir de
raíz a las instituciones hasta constituirse en la forma sustancial de la
democracia. Los líderes de cada bando se navajean para defender su parcela y la
mediocridad de pensamiento se ve acrecentada por la forma pedestre de
expresarlo en la tribuna. Gran parte de la prensa dispersa en el gallinero de
las tertulias comparte con la política el africanismo que convierte al
adversario en enemigo a merced de banderías y del odio personal. Salgan a ver el
cortejo: es el carro de la basura cargado de políticos y periodistas que va
hacia el vertedero.
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