
coreaban unos energúmenos (treinta?
cien?) a la puerta del hospital donde yacía grave, con cuatro costillas rotas, Cristina
Cifuentes, delegada del Gobierno en la Comunidad de Madrid, tras haber sufrido
un accidente en moto en la Castellana. La Coordinadora de las mareas blancas lo
condenó de inmediato, la barbaridad se censuró por los demás participantes más
sensatos, y el penoso disparate no debió pasar de ahí. Pero ah! amigos, el mal
ya estaba hecho. Y no iban a desperdiciar esta carnaza ni los medios reaccionarios
ni el partido del gobierno. Los cuales proclamaron urbi et orbi la insensatez de las izquierdas en España. Así, las
izquierdas, tal cual.
No es que me caiga bien esta señora que nos
llamó terroristas a los manifestantes del 15M (o democraciareal.ya) y que nos
apaleó y baleó aquella maldita noche en la estación de Atocha (por no hablar de
la perla de su marido), pero el motivo y momento para estos gritos no era el
adecuado y se volvían contra los mismos que los proferían. Por otra parte el
juramento hipocrático y la deontología de los galenos les obliga a tratar a
todos los pacientes, independientemente de su raza, sexo, religión, ideología,
incluso si fuera un delincuente, terrorista o genocida. Cifuentes, pues, tenía
todo el derecho de ser atendida.
Hasta ahí, vale. Y punto. Pero si lo traigo
a colación es por otro motivo. Lo hago por el eco amplificado que le prestaron los
medios ultraconservadores. Su grado de servilismo al poder y corrupción es tal
que me resulta inexplicable. Hasta que reflexioné y lo entendí. Este gobierno,
como un rey Midas al revés, todo lo que toca lo pudre. Y al secuestrar a los
medios, los corrompió. Sin más. Hasta este extremo es de insoportable.
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