Los recortes de gastos y envilecimiento de
los salarios, en aras de mayores beneficios para el capital, se vuelve contra
el sistema al reducir el consumo y con ello la necesidad de producción. Es lo
mismo que está ocurriendo con los impuestos indirectos, que al subirlos disminuye
la recaudación, ya que el aumento del tipo impositivo no compensa la disminución
de la base que es el consumo. La reducción del salario se llama ahora devaluación
(de los costes) con el consiguiente refuerzo en el valor competitivo lo que
redunda en el aumento de nuestras exportaciones, que es lo que está ocurriendo.
Y esto le da al gobierno algo más que un respiro pues le permite sacar pecho y
gritar: no os lo decíamos? estábamos o no en lo cierto al aplicar la reforma
laboral que habíamos prometido? Pero aunque así fuera, algo que no es el
momento de discutir ahora, lo sería sobre la base de enriquecer más a los ricos
y esquilmar a los pobres trabajadores, o sea, los pobres. Y para este viaje no
necesitábamos estas alforjas. De qué sirve una victoria si para alcanzarla
tenemos que autodestruirnos en el camino? Y eso suponiendo que existiera tal
victoria.
El tema es moralmente obsceno. La moral no está en los objetivos, o en los motivos, sino en los medios que se utilizan para alcanzarlos. Y si el crecimiento económico se recuperara a costa, costo, de humillar y expoliar a los menos favorecidos, ¿es ése el crecimiento económico que queremos? Las dictaduras, centralizando el poder, tienen éxito en los temas de orden público y de las obras públicas. Pero a qué costo? Me refiero al costo humano, político y social. Ahora dicen que exportamos más, pero a qué costo? De nuevo se equivocan de plano. Incluso cuando creen que aciertan. No
dan pie con bola. Pero insisten. Y si yerran, de nuevo sostenella y no enmendalla.
No debe servirnos por tanto, repetimos, pregonar el éxito del incremento de las
exportaciones, porque el tema es el costo. El costo de rebajar el costo de los
salarios de los trabajadores. A costa de los trabajadores.
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