Las dictaduras necesitan enemigos, reales o
ficticios, defendiéndose contra los cuales apelan a los lazos del grupo que
gobiernan y fortalecen su cohesión. Lo de hacer piña, vamos. Es algo propio de
nuestra naturaleza gregaria ya que pertenecemos a nuestro grupo sin el cual no
podríamos aprender ni sobrevivir. Los animales gregarios, o bancos de peces,
cuando se sienten acosados por un depredador, se aprietan en una masa compacta
que impide al enemigo identificar e individualizar la presa objeto de su
ataque. Y eso le impide cazar…, hasta tanto distinga a un individuo del grupo
fuera de la masa.
La India de siempre (cientos de idiomas y religiones, a ver quién
aglutina eso), la Cuba de los Castro, la España de Franco, la Alemania de
Hitler, la Venezuela de Chaves… se apoyaron más en los miedos de enemigos
exteriores que en los méritos propios.
Gibraltar es un caso evidente de anacronía colonial décimo-nónica en pleno
siglo XXI. Pero los británicos sacan pecho al defender el legítimo derecho de
los llanitos para autogobernarse, o al menos mantener sus vínculos con la
metrópoli del norte. Recursos diplomáticos, tiene que haber, si hubiera
voluntad política, para llegar a un acuerdo que haga compatible la
descolonización con la co-soberanía y el autogobierno, manteniendo Madrid
competencia en aduanas, ejército, política económica… (la moneda ya es
europea). Lo que es incompatible es llegar a un acuerdo mediante alharacas y
alardes que sólo hacen ruido y estorban cualquier negociación.
Pero
sacar el caso a bombo y platillo justamente ahora es evidentemente una
estrategia burda de cortina de humo para llenar los periódicos con los
titulares que sean, patrióticos mejor, que permitan coger aire a este gobierno
agónico y corrupto.
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