En el Museo de la Evolución Humana de Burgos
se exhibe la exposición La belleza, una
búsqueda sin fin, hasta el 12 de enero 2014.
Es difícil mantener que hay un canon de
belleza objetivo. En realidad basta con que observemos lo poco que se parecen
los rasgos que exigimos a nuestra pareja comparados con los que excitan a un
cangrejo.
Disfrutamos la belleza en la pareja cuando se dan dos requisitos
principales: uno, que el/la cortejante se muestre apto/a para la reproducción
(fuerza física en el varón y buenas caderas y mamas en la mujer, a lo que la
cultura añade el maquillaje y unos ingresos fijos mensuales); dos, que remede
los rasgos de la madre, por aquello del efecto troquelado de Lorenz en el
recién nacido.
Pero esto se queda en el área biológica. Y ya sabemos el impacto que ha
tenido la cultura en nuestra evolución. El canon “objetivo de belleza” vendrá
dado por la conjunción de diversos rasgos admitidos por la generalidad, tales
como la simetría, las proporciones o la acomodación a las corrientes de la
moda. La piel blanca de hace dos siglos hizo tanto furor como el moreno solar
de la mestiza a mitad del siglo XX. Por no hablar de los tatuajes, piercings y escarificaciones de los
jóvenes de hoy.
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