No
gira el cuerpo ni para brindar la montera al público. Los monosabios
del gobierno acuden en tromba a capear con el toro para desviarle del
figura que sigue firme, impertérrito, ajeno a la realidad que le
circunda. El “Estadio
soy yo”, a lo Luis XIV, le permite calificar los ataques del toro
Bárcenas a su persona como ataques al Estado de derecho.
Y a las graves acusaciones que pesan sobre él, las esquiva llamándolas
chantajes, dominio del eufemismo donde lo haya.
Los
excesos exculpatorios de sus subordinados se muestran como propios de
secuaces de un régimen caudillista, con ellos se acusan de lo mismo
que se excusan (excusatio
non petita…),
y miran embelesados a la escultura que no habla, pues cualquier cosa
que dijera lo pondría en evidencia en menos que canta un gallo.
En
esta sarta de mentiras, hasta el toro es una farsa, el toro es un
engendro suyo, lo parió él,
Aferrándose
a su postura, como una garrapata (y no es una metáfora), jura y
perjura que lo hace en beneficio de todos los españoles. Lo que
faltaba.
Resulta
penoso ver tanto servilismo en su entorno, pero es muy difícil para
los sicarios rebelarse contra lo absurdo cuando sus privilegios,
ingresos y favores dependen de que a capa y espada lo acepten y lo
defiendan.
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