lunes, 15 de julio de 2013

745 (L 15/7/13) Presunción de culpabilidad


El gobierno, delincuente, nos trata a los ciudadanos como a delincuentes. Y por eso nos vigila, nos reprime, nos controla, nos teme. Ya hemos comentado en varias partes de este blog que el sentimiento de culpa se proyecta al exterior, normalmente en la propia víctima, que curiosamente termina por sentirse ella culpable. Y si el colectivo aprovecha la ocasión para lincharla, ya tenemos explicada la catarsis y lo del chivo expiatorio, el exorcismo de la culpa colectiva.
       Por otra parte, en un fenómeno curioso de corrupción como instrumento de cohesión, los delincuentes políticos se refugian en su grupo, haciendo piña. El partido que roba unido permanece unido. Y ponen la mano en el fuego por todos y cada uno de ellos. Con lo que, aparte de que apesta a carne quemada, con estas ordalías confirman justamente lo que niegan.
Cuando las heces nos inundan hasta el cuello la presunción de inocencia resulta una mascarada de mal gusto. La presunción de inocencia traslada la carga de la prueba de culpabilidad a quienes denuncian o acusan. Esa presunción es judicial y allí debe quedarse, en los tribunales. Pero en la vida social, en la política, dada la desfachatez con que se proclaman inocentes por el hecho, por ejemplo, de haber ya prescrito su delito, tenemos motivos suficientes y necesarios para establecer desde ya, entre los políticos, la presunción de culpabilidad. Tenemos que someterlos a una vigilancia estrechísima y aplicarles la condena de la expulsión salvo que su conducta, su actitud, sus argumentos nos demuestren lo contario sobre su inocencia. No es lo mejor, pero hemos llegado a un punto en que resulta inevitable.
Viñetas de la red (I/V)





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