Dialéctica
Se supone que un debate,
educado, correcto y enriquecedor, debe versar sobre los argumentos de cada
participante. Pero ocurre a menudo que el interlocutor que ve debilitarse su
posición, ante la mayor lógica o fuerza de los argumentos de su adversario recurre a la degradante trampa dialéctica de los ataques personales. Y así,
visto que exponiendo sus argumentos débiles o erróneos no va a ningún lado con
éxito, interpela al otro con insultos o historias que no vienen a cuento como
si, saliéndose del tema objeto del debate y denigrando al adversario, pudiera
menoscabar su autoridad y debilitar así sus argumentos. Muestra inequívoca de
que es perdedor, y cerril, al querer fortalecer su postura con un inútil e
infantil pataleo. Como ejemplo podríamos imaginar la probable respuesta de
cualquier miembro de este Gobierno, o de los neoliberales protegidos desde las
sombras por el Bundesbank del sr. Weidmann, a argumentos tan lúcidos y
contundentes como los de Keynes que pudimos leer en este blog de ayer en contra
de políticas austéricas como las vigentes ahora con el euro: “El sr. Keynes,
dirían (lo llegaron a decir), no está legitimado para exponer sus políticas a
largo plazo ya que no tuvo hijos por ser un maricón”.
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