BOTELLA Y SECA
Un Der Spiegel asombrado relataba hace unas semanas una historia que ilustra perfectamente lo escandaloso de nuestra situación. Se refería a la alcaldesa del Ayuntamiento de Madrid, cuyo único “mérito” es ser la señora de Aznar. El semanario no daba
crédito: “el ayuntamiento es un palacio cuya remodelación ha costado 500
millones de euros”, “su despacho es mayor que el del Presidente de los Estados
Unidos”, tiene “un mayordomo cuya única función es servirla el café”, y 260
asesores personales y altos cargos que cobran de media 60.000 euros. El
Ayuntamiento posee, además, 267 coches oficiales de uso personal, más que todas
la capitales de la eurozona juntas. Esto es el despilfarro sin medida, la
ostentación suntuaria más indecente en medio de una penuria extrema, donde Cáritas
ha tenido que atender a mas de un millón de personas y un 26% de los niños vive
por debajo del umbral de la pobreza. ¿Cómo se atreve a ir a misa y a salir a la
calle? Y éste es el problema, que no es la excepción, es la regla.
* * *
Don Pedro Muñoz Seca vivía, desde sus tiempos de estudiante, en una casa de
Madrid donde atendía la portería un encantador matrimonio al que profesaba
un auténtico afecto. Falleció la mujer, y a los pocos días la siguió el marido,
más de pena que de enfermedad, pues era un matrimonio profundamente enamorado.
El hijo de los porteros se dirigió a don Pedro, muy afectado tras la muerte de sus padres,
y le pidió que redactara un epitafio para honrar su memoria. Muñoz Seca
escribió estos versos:
FUE TAN GRANDE SU BONDAD,
TAL SU GENEROSIDAD
Y LA VIRTUD DE LOS DOS
QUE ESTÁN, CON SEGURIDAD,
EN EL CIELO, JUNTO A DIOS.
Corría mil novecientos veintitantos y, en aquella época, era
preceptivo que la Curia diocesana aprobara el texto de los epitafios que habían
de adornar los enterramientos. Así que don Pedro recibió una carta del Obispado
de Madrid reconviniéndole a modificar el verso, puesto que nadie, ni siquiera
el propio Obispo de la diócesis o el Santo Padre, incluso, podían afirmar de un
modo tan categórico que unos fieles hubieran ascendido al cielo sin más. Don
Pedro rehizo el verso y lo remitió a la Curia, del modo siguiente:
SE FUERON JUNTOS LOS DOS,
EL UNO DEL OTRO EN POS,
DONDE VA SIEMPRE EL QUE
MUERE,
PERO NO ESTÁN JUNTO A DIOS.
PORQUE EL OBISPO NO QUIERE.
Nueva carta de la Curia. El Obispo, tras recriminar al autor lo
que cree - con toda la razón del mundo - una burla y un choteo de Muñoz-Seca, le exige
una rectificación ya que no es el Obispo
el que no quiere, pues ni siquiera es voluntad de Dios. Él no decide nuestro futuro, sino que es nuestro libre albedrío el que nos
lleva al cielo o no. Así que don Pedro remata la faena, escribiendo un verso
que jamás se colocó en enterramiento alguno porque la Curia jamás le contestó:
VAGANDO SUS ALMAS VAN,
POR EL ÉTER, DEBILMENTE,
SIN SABER QUE ES LO QUE
HARÁN,
PORQUE, DESGRACIADAMENTE,
NI DIOS SABE DÓNDE ESTÁN.
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