1. Vagos y maleantes
Ustedes, los parados, son unos vagos y necesitan que les rebaje los subsidios para que busquen trabajo. Si el funcionario toma su cafelito, cómo le extraña que le quite una paga extra? Con el pago sanitario les ayudamos a desengancharse de la adicción a la droga farmacéutica. Y si les subo el IVA es para que consuman menos en aras de la austeridad. Otra cosa sería si fuerais malversadores de fondos públicos, incompetentes en la gestión de la cosa pública, defraudadores del fisco, evasores de impuestos… Y si fueran propietarios de conventos, palacios, catedrales, obras de arte robadas, catedrales, iglesias, ermitas… podría quitarles el IBI, escribe Benito Camacho Martín, de Valencia, Porque si yo no fuera el Presidente y no estuviera haciendo lo contrario de lo que os prometí, y os tratara con el debido respeto, no estaría poniendo, como lo hago, la calle a vuestra disposición -agradecédmelo- para que en ella vosotros podáis poner los gritos.
2. Elogio de la pereza
Relájense, desparrámense en el sofá, y ríanse, ríanse, que la risa produce contracciones espasmódicas en el diafragma que facilitan la función digestiva. Sepan, nos ilustra Javier Cercas, aunque ya antes lo dijo la Biblia, que el ocio es el bien y el trabajo, el castigo. Entendiendo por “trabajo” una actividad desagradable a la que nos vemos obligados para ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. Pero eso está ya demodé. Los robots y los trabajos autónomos, con ayuda de la red, nos permitirán en breve liberarnos de la maldición de Yahvé. Ya no tiene sentido desear el trabajo como un bien, condenando el ocio como un mal, la madre de todos los vicios. Eso es un postulado reaccionario que los ricos han metido en nuestro cerebro para que trabajemos para ellos. Pura moral de esclavos, “que ha permitido mantener resignados y hasta contentos a los pobres en su desgracia y a los ricos seguir disfrutando de su gracia”. La Iglesia, que sabe tanto, lo ratifica: a este valle de lágrimas hemos venido a sufrir, qué nos habíamos creído? Tenemos la obligación de ser felices, mal que les pese a los ricos y eclesiásticos que no soportan nuestra felicidad. Decir esto cuando hay más de 5 millones de parados parece una blasfemia, pero no. No lo es. Hablamos del ocio, no del paro. El ocio es lo opuesto del paro, aunque podría ser su solución. En vez de querer trabajar todos más, deberíamos trabajar TODOS menos.
Leo en EPS: un niño fue al circo con su padre y quedó fascinado con un enorme elefante de fuerza descomunal. Al terminar la función el chico vio cómo el domador ataba una de las patas del animal a una pequeña estaca clavada en el suelo. “Papá, ¿cómo puede ser que el elefante no escape tirando de ese trocito de madera?”. “Porque está amaestrado”, le contestó su padre. El niño insistió: “pero si está amaestrado no hace falta que lo aten”. Y entonces recibió la explicación: “El elefante no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que nació. Al principio trataría de soltarse tirando de ella con fuerza, pero siendo un elefantito la estaca era demasiado resistente para él. Y así continuó hasta sentirse agotado, impotente, y finalmente resignado, hasta hoy. El elefante no puede escapar porque cree que no puede. Habiendo interiorizado esta experiencia, ahora ya ni se lo plantea”.
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