domingo, 9 de marzo de 2025

2641 (D 9/3/2025) Lamarck 1 - Darwin 0

 


Siempre rechacé visceralmente el dogma darwiniano de la invariabilidad de los genes a pesar de las experiencias vividas por quien nos engendró. Es el caso de la jirafa que si tenía que estirar constantemente el cuello para poder comer las hojas alejadas de su entorno, Lamarck proponía con cautela que sus hijos podrían nacer con el cuello más largo de como nació su madre. Lo cual siempre me gustó. Para poder estudiar cómo las nuevas experiencias pueden afectar a los genes de sus crías se inventó un nevo término, la epigenética.

        Pues bien, a principio de los ochenta hubo mucha gente que sufrió la crueldad de la guerra en Siria. Algunas mujeres supervivientes de la masacre de Hama lograron huir y refugiarse en Jordania donde han procreado hijos y nietos. De estas mujeres la bióloga Rana Dajani y su colaboradora Dima Hamadmad han entrevistado a 130, ya con tres generaciones, la primera de las cuales había sufrido palizas y otras calamidades de la guerra, Las que padecieron la guerra han sufrido alteraciones en sus genes -que es distinto de las mutaciones- y muestran metilación en 21 genes. Son los mismos 21 genes en todas ellas.

         Las metilaciones, que responden al entorno, se pegan químicamente a los genes y los inactivan. Pues bien, de nuevo, las nietas de las mujeres que sufrieron la guerra muestran alteraciones de metilación en 14 genes. No ocurre así con las mujeres del grupo experimental que no habían sufrido los horrores de la guerra. Las marcas epigenéticas adquiridas por la experiencia (en este caso traumática, con motivo de la guerra) son, pues, transmisibles a sus óvulos y de ahí a sus hijas y a sus nietas. Y esto ya es ciencia, y no herejía.

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