jueves, 20 de abril de 2023

2324 (J 20/4/2023) Thomas Piketty, azote de los ricos. Una década de verdades incómodas y pocos avances

Elsa Arnaiz Chico escribe sobre Piketty y su influencia en los últimos diez años. Recojo textualmente su opinión: (https://retinatendencias.com/negocios/thomas-piketty-azote-de-los-ricos-una-decada-de-verdades-incomodas-y-pocos-avances/)

             (El Capital en el Siglo XXI, de Thomas Piketty, cumple 10 años. Pese a su enorme influencia intelectual y académica, una década después, la desigualdad sigue aumentando y el debate sobre la fiscalidad global continúa más abierto que nunca.

         En efecto:) Hace exactamente diez años se publicaba en su versión en français lo que podríamos denominar como la biblia de la izquierda posmoderna: El Capital en el Siglo XXI, del por aquel entonces no tan conocido y hoy economista estrella, Thomas Piketty.

           Mr Piketty, haciendo un claro guiño a Mr. Marx (Karl) argumenta que el sistema capitalista tal y como está construido sólo puede dar lugar a un aumento constante de la desigualdad. Un alegato que claramente no fue comprado por las grandes fortunas mundiales.

               Ochocientas dieciséis páginas de análisis económico y político que podemos resumir en una sola fórmula: r > g. Cuando el retorno de las inversiones en capital son mucho más rentables que los retornos del trabajo (durante un espacio de tiempo considerable) el capitalismo desencadena automática y perversamente un aumento espeluznante de la desigualdad. Y ello, a la postre, desincentiva la pocas ganas de trabajar que nos quedaban. En otras palabras: que dejes de hacer el idiota y te compres un piso en Chueca con la herencia de tu abuela (si es que eres de los afortunados que tienes abuela con piso) antes de ponerte a estudiar en ICADE. Trabajar está sobrevalorado y no da para mucho. Pero ser un hipster con piso propio que alquila a guiris en Airbnb por un pastizal es una manera óptima de comprender el capitalismo. Aunque uno siempre haya sido de izquierdas. Y proclame que lo sigue siendo.

            La cuestión es que desde su publicación en 2013 Mr Pikkety ha inundado no sólo las librerías, sino el discurso de la izquierda global. Y lo ha hecho en particular con una frase: Tax the Rich. Es tentador pensar que sólo ha sido un fenómeno fan entre estudiantes de economía y ciencia política, pero ha conseguido conquistar el discurso mainstream, llegando nada más y nada menos que a la Met Gala de la mano de Alexandra Ocasio-Cortez, la congresista más joven (y cool) de la historia de Estados Unidos.

        Grosso modo, la propuesta consiste en imponer una tasa a la riqueza de los mega-ricos con el fin de recaudar y redistribuir esos millones entre el llamado precariado (otro concepto de moda entre la izquierda). Esta idea ya se ha traducido en propuestas concretas en España. Tras Yolanda Díaz, única invitada a la puesta de largo española del economista francés, Teresa Ribera ha sido una de las últimas en unirse a la ola Pikettiana sugiriendo una tasa climática a los más ricos para contribuir a los costes derivados de la lucha contra el desastre climático. La factura promete ser tan colosal como el desafío a costear.

        Más allá del brillo intelectual de algunas de estas ideas y del buen estilo literario del autor (algo raro entre economistas), la pregunta relevante quizá sea: ¿Hemos aprendido algo o sólo hemos conseguido engordar, paradójicamente, la cuenta corriente y el ego de Monsieur Piketty? Aquí van unas reflexiones de una fan declarada y, a la postre, acaso poco agradecida.

            Todos sabemos que a partir de septiembre del 2008 la desigualdad comenzó a escalar hacia niveles históricos y obscenos (y algunos aún no nos hemos recuperado, económica ni democráticamente). No hace falta acudir a ningún gráfico. Si tomamos el año 2013 como base y el índice Gini como referencia que mide de 0 a 1 cómo de desiguales son las sociedades (siendo el 0 el ideal de igualdad en riqueza) vemos que desde la publicación del aclamado libro no mucho ha cambiado sustancialmente. Al menos no a mejor.

          Los niveles de desigualdad se encuentran hoy mundialmente cerca del 0,85 (en España 0,71), un nivel que se ha mantenido más o menos constante desde que vio la luz el bestseller que nos ocupa. A pesar de que la desigualdad no ha aumentado de forma estrepitosa (aunque sea escandalosa), eso no quiere decir que podamos abrir el champagne. Ni mucho menos, lo que esta tendencia refleja es algo muy triste: nos sigue resbalando la desigualdad.

           Según el último informe de Tax Justice, se pierden más de 400.000 millones de euros al año en paraísos fiscales. O, lo que es lo mismo, el doble del PIB de Ucrania en 2021 antes de ser invadida; o el patrimonio familiar hipotético si Elon Musk y Jeff Bezos decidieran darse el sí quiero.  Da que pensar. En España, los tax havens se llevan un 0,5% de nuestro PIB. No hace falta decir que hecha la norma, hecha la trampa. Parece poco apropiado decir que el discurso victimista y señalador hacia los ricos haya funcionado. Pregunta: ¿ha funcionado alguna vez demonizar a los ricos sin legitimar gobiernos decepcionantes en el nombre del pueblo? Está claro que la jugada no está siendo la ganadora, principalmente por tres razones:

         Una. Nadie ha tenido la valentía (ni creo que la tenga) de impulsar y capitanear las negociaciones para establecer una tratado internacional (más allá de la UE) que establezca las bases del impuesto global sobre el patrimonio que Piketty plantea.

      Dos. Lo que es un poco ridículo (e ingenuo) es querer imponer una tasa a los más ricos (y que estos la paguen alegremente) con un discurso que los criminaliza y los hace sentir como los villanos de una película (en la bastantes de ellos a menudo lo sean). Y por supuesto, esto a los mega-ricos que creen firmemente que su posición social no es cuestión de azar sino de mucho esfuerzo y sudor, les gusta aún menos.

       Y tres. Según datos de 2020 del Observatorio social de La Caixa, la capacidad redistributiva del sistema de impuestos y transferencias español está entre las más bajas de la Unión Europea, con una reducción de 0,194 en el índice de Gini, algo que advirtieron ya en 2013 desde FUNCAS.

    Creo firmemente que si de verdad queremos conseguir luchar contra la desigualdad colectivamente, ya es hora de cambiar la narrativa, el discurso y la demagogia. Lo que no podemos pretender es hacer creer a la ciudadanía que con una tasa a los más ricos el problema se termina. Por supuesto que necesitamos un sistema fiscal más equitativo de lo que tenemos ahora, pero no pretendamos convencernos de que estamos así de mal sólo porque se nos fugan millones a paraísos fiscales. La cosa va mucho más allá de eso.

    Para terminar ya, no podemos olvidar que la desigualdad se erradica si empezamos desde la cunaTodo lo demás son parches.




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