Esta es la historia de los treinta trenes que no llegaron a existir porque se descubrió que no cabrían por los túneles de las líneas férreas para las que estaban destinados.
El wishful thinking choca contra la realidad, el deseo contra la exactitud. El ejemplo máximo de revuelta ideológica contra la exactitud fue el censo soviético de 1936, nos cuenta Muñoz Molina, que era el primero que se hacía después de la Revolución. Antes de que se hiciera público, las autoridades proclamaron que el censo iba a mostrar el crecimiento de la población impulsado por el bienestar y la felicidad general. Pero resultó, cuando salieron las cuentas, que la población, lejos de crecer en esos años, había sufrido un derrumbe, causado sin la menor duda por la guerra, el caos económico, el terror político, el fanatismo demencial de la colectivización de la agricultura. El lenguaje de los números era más devastador que la subversión de las palabras. Los demógrafos que dirigieron el censo fueron ejecutados o enviados al gulag.
Leo en un titular: “El discurso filosófico debe comprometerse con la distribución de herramientas epistémicas entre la ciudadanía”. Está clarísimo lo que esto quiere decir, u séase, que al pan, pan, y al vino, vino. Y luego nos quejamos de que no nos guste la filosofía.
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