Ignacio
Sánchez Cuenca escribe el texto La España tronada para sacar de su
ceguera a los que persisten en ella.
Aunque
es costumbre aguantar un fuerte ruido ambiental cuando hay gobiernos
progresistas, los excesos que hemos tenido que escuchar recientemente sobrepasan
todos los límites. El motivo de la escalada ha sido el anuncio de las
medidas que quiere tomar el Ejecutivo de Pedro Sánchez para impedir que se perpetúe el bloqueo de las instituciones que
sin disimulo han impuesto el Partido Popular y sus magistrados afines en el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y el Tribunal
Constitucional.
El paso dado por el Gobierno ahora
consiste en introducir dos enmiendas para evitar que continúe un bloqueo que no
tiene justificación posible. La primera establece que, en caso de que una de
las partes persista en el bloqueo, el nombramiento de los magistrados por el
CGPJ se podrá realizar por mayoría simple. La segunda, que el Constitucional no
tenga que examinar a los dos magistrados que nombra el Gobierno.
Se trata, qué duda cabe, de dos medidas
tomadas a la desesperada y ad hoc, a fin de resolver una
crisis profunda del sistema constitucional. Es evidente que habría sido mucho
mejor no tener que llegar hasta aquí. Pero la cuestión es qué otra cosa podría
haber hecho el Gobierno para hacer cumplir las reglas tras la burla sistemática
de las mismas por parte de la derecha. Y ahora, los mismos causantes de este
disparatado desaguisado se escandalizan y lanzan acusaciones truculentas de autoritarismo, diciendo que estas
medidas suponen el final de la división de poderes o, en el colmo de la
desmesura, un golpe de Estado o un autogolpe, mientras se llevan las manos a la
cabeza, atribuyendo al presidente del Gobierno la voluntad de convertirse en un
dictador.
Feijóo se está desdibujando a pasos agigantados,
huyendo de la realidad y situándose en un mundo paralelo poblado por sus
fantasmas (la ruptura de España, la victoria de los etarras, la dictadura socialista).
Las derechas políticas y mediáticas
parecen haber perdido la cordura definitivamente. Por debajo de la
histeria, se adivina una profunda impotencia política.
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