Las
lenguas nacen, se desarrollan y se modifican desde abajo en la calle y no desde
los sillones de arriba. Allí se retuercen en la diversidad para defenderse de
la uniformidad que quieren imponerles desde los sillones de la Academia. Por eso el castellano
se ha desarrollado más vivo en Latinoamérica, donde no hay RAE que frene la
vitalidad de nuestra lengua. Los últimos disparates de nuestra excelsa institución
lingüística que fueron con motivo de las tildes que tan útil y necesariamente distinguían los
pronombres de los adverbios y adjetivos (sólo/solo, ésta/esta, etc.) o del cobarde recurso “ambas son correctas” que está confundiendo a tantos
participantes en concursos televisivos, me han hecho perder el poco respeto que
me merecía.
La guinda ahora la ponen ignorando la ausencia de Almudena Grandes. Que es lo
que han hecho también, de un modo soez, el Excmo. Ayuntamiento de la villa de Madrid y la Excma.
Comunidad de Madrid.
Lo cual no es nada nuevo. Porque, como
nos recuerda Berna González Harbour, Emilia Pardo Bazán no entró en
la Real Academia Española (RAE) hasta un siglo después de morir. “Literata fea con peligro de volverse libre pensadora”, la
describió Marcelino Menéndez Pelayo (que ocupaba el sillón de letra I
minúscula), mientras Juan Valera (letra I mayúscula) insinuaba que no le iba a
caber el trasero en ninguno de los asientos académicos o Isidoro Fernández
Flórez (letra U mayúscula) censuraba que “su pluma es viril y sus adjetivos
tienen bigotes”.
En 1978 entró en la RAE la primera mujer, Carmen Conde, y
desde entonces sólo han sido 12 en el océano de casi 500 hombres en tres siglos
de historia. Entrados ya en el siglo XXI, poco más del 20% de las nuevas
incorporaciones han sido mujeres. La RAE, como el brandy soberano, sigue siendo
cosa de hombres.
Juan José Millás nos hizo reír con sus adjetivos, sustantivos y adverbios en entradas anteriores (vide por ejemplo la entrada 2119 del 3/11/2021). Hoy le toca a las conjunciones (clic aquí), y su relación con las bisagras.
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