miércoles, 15 de mayo de 2019

1815 (X 15/5/19) Intereses de partido

Los partidos políticos mienten siempre y en todo cuanto hablan, incluso cuando dicen la verdad. No es fácil identificar cuál es de entre todas la mayor de las mentiras, pero a mí no deja de sorprenderme la que más, y sin venir a cuento, repiten cada día: que ellos no buscan el interés de su partido sino el de todos los españoles, cuando la realidad pura y dura es que el interés general les importa un pimiento a no ser que coincida con el de su partido. A este respecto coincido con la editorial del diario El País de 30 de abril pasado que me animo a rescatar.
   El castigo del electorado al PP por reeditar los modos y el ideario del ex-presidente Aznar en 1993 ha sido severo y compromete la continuidad de Pablo Casado. La censura electoral contra la regresión aplicada por Casado ha resultado aún más contundente por su huida hacia delante en el tratamiento de la corrupción. En contra de lo que imaginaba la actual dirección popular, sus votantes no eran inmunes a unas prácticas condenadas en los tribunales y por las que el partido fue desalojado del Gobierno.
     El número de escaños obtenido por Ciudadanos ha quedado lejos de sobrepasar a un PP en sus horas más bajas, y debería obligarles a reconsiderar la idoneidad de las opciones propuestas por su líder, Albert Rivera. En lugar de ello, Rivera y el núcleo de sus dirigentes afines han pretendido ocultar detrás del aumento de los apoyos, importante pero limitado, la evidencia de haber conducido a la formación hasta un callejón sin salida, que amenazan con trasladar ahora al conjunto del sistema. Porque es a éste, y no sólo a sí mismos ni al partido socialista, a quien Ciudadanos debe cualquier contribución a la gobernabilidad con la esperanza de obtener en la siguiente legislatura lo que los electores le han negado: el liderazgo de la oposición parlamentaria.
   Por profunda que sea la crisis en la que el incierto futuro de Casado acabe sumiendo al PP como segunda fuerza parlamentaria, el interrogante del que no puede zafarse Ciudadanos es si los resultados obtenidos merecían su viaje hasta posiciones coincidentes en algunas materias con las de la ultraderecha, expresadas, además, mediante idéntica retórica de emergencia nacional y encarnizada descalificación de la totalidad de sus adversarios. La perspectiva de una nueva legislatura de crispación tal vez reporte beneficios electorales para Ciudadanos en el futuro, pero es un coste que, hoy, nadie debería seguir exigiendo al país.
    Pablo Iglesias ha abrazado las posiciones de la socialdemocracia, pasando de reclamar un proceso constituyente a exigir el riguroso cumplimiento de la Constitución de 1978. (La socialdemocracia estaba en el ADN de Podemos tanto como Vox estuvo siempre latente dentro del PP, esta afirmación es mía.) Su evolución en materia social no ha alcanzado, sin embargo, a sus posiciones en materia territorial, donde sigue defendiendo salidas de imposible encaje constitucional. Como en el caso de Ciudadanos, las responsabilidades que contrae Iglesias en este último punto exceden a su propio partido, por cuanto su defensa de un referéndum contribuye a fijar implícitamente un límite en el viaje de ERC desde el unilateralismo que ha sentado a sus líderes en el banquillo hacia posiciones más pragmáticas, derrotando en las urnas el mesianismo del expresidente huido, Carles Puigdemont. El punto de llegada en ese recorrido no puede consistir en abandonar un unilateralismo suicida a cambio de exigir un referéndum imposible, entre otras razones porque la reforma constitucional que abriera las puertas a su celebración es cuestión de mayorías de las que el independentismo no dispone y de procedimientos que hasta ahora siempre ha despreciado.

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