El joven guardia civil que recibió la llave de la parroquia de
Riaño hace más de seis lustros, en los 80, cuando el embalse en construcción
obligó a no dejar ningún edificio en pie, ha recorrido más de mil kilómetros para
volver al nuevo pueblo que alojó a los riañeses a fin de devolvérsela a sus
legítimos propietarios. Si tardó tanto tiempo en hacerlo, dijo, fue porque
dudaba de la respuesta que recibiría de los lugareños. Pero bien que supo
conservarla guardándola como algo de valor, que en efecto lo tenía. Porque las
llaves tienen un fuerte valor sentimental como símbolo de un tiempo y un
espacio del pasado. Julio Llamazares dice que sabe que ha habido personas que
en su testamento dispusieron que las arrojaran junto con sus cenizas al agua
del embalse que les echó del lugar donde vivieron.
Siempre me ha
emocionado que los sefardíes expulsados de España se llevaran cuatro cosas,
pero entre ellas la llave de la casa que dejaban. Más de uno ha podido con el
tiempo identificar la vivienda por el simple hecho de que la llave era la que
servía. Aunque la mayoría no sirven para abrir casas que ya no existen, muchos
las tienen colgadas en algún lugar preferente o en un cajón como si fueran verdaderas
joyas.
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