Los que dicen, y son muchos, que no vale la pena estudiar si no
te sirve para luego encontrar trabajo, no entienden lo que es la Universidad.
Si de lo que se trata es de armarte de criterios propios y entender mejor la
realidad económico-social en que nos desarrollamos, es posible que estudiar
filosofía, lenguas clásicas, música o antropología pudiera ser más “rentable”
que matemáticas, electrónicas o físicas.
El dios dinero nos
impregna como una mucosa de la que nos resulta muy difícil despegarnos.
Expresiones como ésta: “Si el conocimiento no se convierte en dinero, no habrá
dinero que financie el conocimiento”, asentada en el realismo de las habas
contadas e impregnada de ideología mercantilista, están en la línea de estas
otras: el conocimiento ha de ser rentable; la educación fomenta la resiliencia;
el que paga, manda… Aparejadas a esta ideología, entendemos otras afirmaciones
del sentido común neoliberal: estudiar latín no es pertinente; la privatización
de la enseñanza garantiza la libre elección de madres y padres respecto a la
educación de su prole; urge la eliminación de subvenciones al arte y a
proyectos artísticos que no sean rentables; no hay motivos para desconfiar de
que un banco patrocine una cátedra universitaria… Partiendo de esta mentalidad mercantil,
cuya moral se centra en el beneficio, resulta lógico que las farmacéuticas
abandonen investigaciones y dejen de fabricar medicinas para curar enfermedades
de pobres: la eflornitina, que cura la enfermedad del sueño, volvió a
producirse cuando se supo que funcionaba como componente para una crema
depilatoria. Porque para los neoliberales hay gente de primera y de segunda
clase. Y el dinero financia el conocimiento para que luego el conocimiento se
convierta en dinero.
Esta ideología
desconoce lo útil que pueden resultar conocimientos que consideran “inútiles”
porque no se traducen en una inmediata rentabilidad económica. “Es el caso de
quienes estudian las glosas silenses, filosofía neoplatónica, la perspectiva en
Velázquez, historia o retórica clásica y, con sus saberes, fomentan una
aproximación crítica hacia el funcionamiento antiestético y poco ético del
mundo en que vivimos”, dice un tal Gabriel Wüldenmar citado por Marta Sanz en
su artículo Retórica que podéis leer aquí.
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