miércoles, 24 de diciembre de 2014

994 (X 24/12/14) Por qué nos fascina “El Impostor” de J. Cercas

Con Soldados de Salamina, Anatomía de un instante  y ahora El Impostor, Javier Cercas se nos ha acercado cercándonos con el abrazo del oso por su modo de expresarse y por el contenido de sus novelas. El novelista es motivo de debate, no de discusión sino de foros: que si nos ha traído una rebelión literaria, que si nos ayuda a recuperar la memoria histórica, que si sus personajes son una reivindicación de fuerzas de izquierdas o de derechas, que si hace apología de los derrotados…, todo menos el tema principal de su relato. Que quizás no lo sepa ni él (es broma), pero que yo voy a desvelar:

Cuando en una de sus primeras novelas el soldado republicano tiene que disparar al militar franquista en la guerra civil, se cruzan sus miradas. Y entonces el soldado lo dejó huir. Más adelante el fugitivo llegó a ministro en el gobierno de nefasta memoria y buscó y encontró a aquel soldado, para agradecérselo. Este momento, el reconocimiento de la otra persona en un cruce de miradas, es para mí el tema central de su novela y lo que le da la fuerza a toda su obra.

El animal humano es el único capaz de asesinatos dentro de su propia especie. El acto es tan antinatural que necesita previamente de la creación de un estereotipo: “el enemigo no pertenece a mi especie, es perverso y lo puedo y lo debo matar”. Luego, se puede ayudar en su disonancia cognitiva con el alcohol, la legítima defensa, la defensa de valores patrios…, pero en cualquier caso necesita haberse imbuido de la perversa maldad del enemigo. Sin embargo, el estereotipo se cae cuando tropiezas con la persona concreta que vas a matar y lo miras, y él te mira, y así os reconocéis como miembros de la misma especie. Y entonces ya no puedes apretar el gatillo de tu fusil. Ocurrió realmente en el caso que Cercas nos cuenta en su novela, y también se conoce de otro caso posterior entre un soldado nazi alemán y un judío con el que cruzó la mirada cuando éste bajaba del tren, y a quien también dejó escapar. Tuvo que dejarle escapar.

      De nuevo Cercas recurre al reconocimiento por la mirada (que se carga el estereotipo de "enemigo") en su última novela “El Impostor”, segunda mejor novela del 2014 según cierto ranking, donde Enric Marco cuenta (y no importa que mienta) que aquel día “el SS elegía a uno de cada veinticinco de nosotros para ser ejecutado… y al llegar frente a mí se detuvo, levantó el dedo índice y me apuntó así. No dijo palabra. Yo levante la cabeza, le miré, y le dirigí la mirada más atractiva que jamás le haya dirigido a nadie. El entonces se me quedó mirando y casi no frunció los labios, pero dijo: Der Spanier Anderer Tag: el español, otro día. Y se fue”.

      La fuerza del relato, el quid de la cuestión (que he desvelado), es la superación del estereotipo facilitado por el contacto personal con lo real. 

(Siguiendo en mi línea de hartazgo político podría añadir que el genocidio pasivo que comete nuestro gobierno contra los más necesitados no podría hacerlo si tuviera que conocerlos, tratarlos personalmente. Por eso necesitan y utilizan el estereotipo: “Si son pobres es que son unos vagos”, “que se jodan!”, dicho esto último por la diputada Fabra en el propio Parlamento. Y entonces ya, sí, ya los pueden masacrar. Porque no se atreven a mirarles cara a cara.)

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