Relatos cortos
1. Cine y palomitas
Soy cinéfago. La pantalla grande, a oscuras, en total silencio, reclamando toda mi atención. Lo que no soporto bien es el chasquido de los pop-corns de los que se creen que el cine es un bar o un restaurante. Como le ocurre a este de la fila de delante que no ha podido aguantar a que empiece la proyección y ya está armando ruido, dale que te pego con el maíz, so mamón. Ojalá se le acaben antes de que se apaguen las luces porque, si no, a ver quién le aguanta comiendo durante la película. Deberían prohibir venderlas en los ambigús.
Sobre todo cuando se trata de un thriller, como el de hoy, donde las palomitas masticadas se pueden confundir con las pisadas del asesino. Se apagan las bombillas, el haz de luz animada del proyector ilumina la pantalla. Empieza la peli. Saco mi cubilete de maíz y me dispongo a comerlas. Así es como me gustan, crujientes.
Sobre todo cuando se trata de un thriller, como el de hoy, donde las palomitas masticadas se pueden confundir con las pisadas del asesino. Se apagan las bombillas, el haz de luz animada del proyector ilumina la pantalla. Empieza la peli. Saco mi cubilete de maíz y me dispongo a comerlas. Así es como me gustan, crujientes.
2. León
Se llama León. Por algo será. Nació en esta jaula donde nunca hasta ahora le habían dejado la puerta abierta. Hasta esta mañana. Esta mañana, sí. Debió desengancharse el pequeño muelle que hace de bisagra en la parte inferior, y la puerta se quedó inclinada malamente unida por el muelle de arriba. No crean que le resultó fácil decidirse. Aunque siempre había soñado con volar libre desde la ventana, cuando esta mañana llegó la ocasión no se atrevía a saltar. Nunca lo había hecho. Hasta que al fin la curiosidad y el vértigo de la libertad pudieron con el miedo y, a trancas y barrancas, dejándose más de dos plumas entre los barrotes de la puerta semiabierta, se asomó desde el alféizar. El vértigo le mareó. Tanto fue así que dio un traspié y cayó sin remedio al vacío. El instinto de supervivencia le hizo agitar las alas… y planeó…! Iaaaaa! Se dejó caer dando vueltas sin fin, aunque iba perdiendo altura. Lo sabía, no lo sabía pero lo sabía, que la libertad sería este vértigo, esta emoción nunca sentida, este afán liberador. Jadeó por el esfuerzo cuando pudo descansar en el. poyete de la ventana del entresuelo. Allí pudo contemplar un nuevo paisaje, una nueva realidad que se le había ocultdo mientras estuvo cautivo. Esa era la maldita palabra: cautivo! Y gritó: nunca más! Una vez recuperado voló como pudo hasta la rama de un árbol en la ribera del río. Debió partirse una pata que todavía le dolía pero lo dio por bien empleado como precio de su libertad. Lo que no podía imaginarse es que hubiera tantos gatos y perros asesinos que le miraban babeando mientras el se agarraba con todas sus fuerzas a la rama donde tuvo que dormir, hambriento y sediento, teniendo como tenía el agua del río debajo…, pero cualquiera se atrevía a bajar. Buf! vaya noche... Llegó a añorar la jaula, con el alpiste siempre dispuesto y el agua siempre al pico, pero no, no podía mirar atrás, indigno, no podía renegar de su libertad. Lloré. Pero no quiero contarles lo mal que lo pasé toda la noche, sin pegar ojo, sólo deseando que amaneciera de nuevo para recorrer el camino de vuelta, si es que lo podía encontrar. Cuando al fin lo conseguí, medio muerto de miedo, de hambre y de sed, nada más satisfacerla con mil sorbos de agua reuní todas mis fuerzas para gritar con toda mi cobardía: “Y a mí que no vuelvan a dejarme la puerta de la jaula abierta!”
3. Yo no fui
Ya sé que fui yo quien lo mató, ya lo sé. Yo disparé la bala que le llegó directa al corazón, pero yo no tengo nada que ver con todo eso. Limipia, con el orificio màs ancho a su salida por la espalda, para mí que ni se enteró. Estas cosas o se hacen así o no se hacen, no hay que darle más vueltas. Me tuvieron ensayando varios días disparando a unas botellas en el campo para asegurarse de que no marrara el tiro, pero insisto, yo no tengo nada que ver con todo eso. Somos la mitad como nos hacen y la otra mitad como nos utilizan. Qué culpa tengo yo de que me utilizaran? acaso podía negarme? que podía haberme disparado contra mí? como no hubiera sido en el espejo… No, no, no, a mí no me pueden incriminar, es ése, al que procesan como reo, el que me apretó el gatillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario