Dice (o escribe) Manuel Vicent que la biografía de Cervantes está llena
de penurias, desgracias, pendencias, desafíos, cárceles por apropiarse de
fondos del erario público, una vida familiar desastrosa, un juicio por
homicidio en Valladolid… "Si me dieran a elegir entre don Quijote y Sancho, yo elegiría
a Miguel de Cervantes por estar construido con las almas de los dos: la
idealista y la pragmática". Y sigue:
Imagino a don Quijote con capa española
convertido en un ciudadano de hoy. Si tuviera cualquier cargo en la
administración del Estado sería uno de esos que, ante cualquier disputa, te
dice “usted no sabe con quién está hablando” y en un restaurante arma un
altercado por cualquier nimiedad del filete poco hecho, esgrimiendo el tenedor
a modo de lanza. Se podría creer que el hidalgo encarna esa parte noble de
cualquier mortal, aun del más descastado, que busca la justicia y deshacer
entuertos, pero a la hora de la verdad trata con desprecio a los criados. Y
si hablamos de política, no quiero ni pensar a qué partido votaría este
caballero andante. El hidalgo don Quijote, en realidad, trataba de tener
siempre la razón en todo frente a todo el mundo. Hoy ese papel lo desempeñan
los cuñados que no paran de hablar de todo hasta que le das la razón por simple
agotamiento. Por cierto, don Quijote nunca pagaba su consumición en las ventas.
Por el contrario, qué gran tipo sería hoy
Sancho Panza si además del sentido común que lo adorna estuviera delgado,
midiera 1,85 y jugara al tenis o al baloncesto. Si uno logra imaginar a este
personaje adusto y con el vientre liso descubrirá bajo su jubón al propio
Cervantes herido de melancolía, lleno de ironía, de humor, de pragmatismo,
apegado a los placeres y con buen ánimo frente a todas las desgracias. Ese es
el personaje que amo. Cuando uno repara en esa ración de locura que todo el
mundo lleva dentro, pronto se descubre que ese quijotismo se identifica muchas
veces con el ego insaciable.

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