Francisco. Tr.42.1
Visito
la “catedral” de santa Ana. Nada más entrar me topo con alguien sentado junto a
la puerta, sheriff sin fusil en ristre, que no esconde la desconfianza que le
inspiro como extraño. Imagino que todos los que aquí vienen se conocen y disculpo
la mirada impertinente con que me persigue después de haberme negado el saludo.
-Buenas tardes, me dirigí a él tratando
de iniciar conversación, como si fuera el amo de la finca.
Se limitó a mirarme, de arriba abajo,
y siguió mirándome cada vez que yo volvía la cabeza para comprobar una vez más
que no tenía otra cosa que hacer más que mirarme. Yo veía los retablos y
capiteles laterales sin enterarme de mucho porque estaba más pendiente de él y
su mirada que de los estucos y policromados. Estaba claro que yo no le había
caído bien, pero que nada bien.
Las situaciones graves requieren actuaciones
frontales: intenté sonreírle señalando a los retablos.
-Impresionante- remaché sílaba por sílaba,
haciendo uso de mi dominio de las relaciones interpersonales, con o sin
dinámica de grupo- Muy bonita, francamente bonita.
Ahora ya mi tono era seco, cortante,
como exigían las circunstancias. No se dignó contestarme. Si quería comprarle
tendría que pagarlo caro. La falta de respuesta me desconcertó y emprendí la
huida hacia la puerta de salida. Allí estaba ya él, no sé cómo pudo llegar
antes que yo, asegurándose, imagino, de que me iba.
-Pues nada, lo dicho, que usted lo
pase bien, vaya con Dios.
A un centenar de metros volví la
cabeza y le vi sentado en el mismo lugar en el que me lo encontré al entrar.
Indagué sobre quién podía ser aquel individuo tan extraño. Y me enteré de que era
el encargado de abrir y cerrar el edificio que cuidaba; que era el que tocaba las campanas, y portaba la cruz de la Hermandad; que todo el mundo en
el barrio le quiere porque es el paradigma de la fidelidad, aunque muy pocos
saben cómo se llama por la sencilla razón de que no le llama nadie. Cuando
hablan de él, que lo hacen mucho, se refieren a él como “el Mudito”. Porque es
que Francisco, el sacristán, es sordomudo.
Manolo. Tr.42.2
Me
está cansando a mí ya que se esté dudando tanto de la veracidad de estas
historias. De una vez por todas diré, y no pienso repetirlo, que estos relatos,
un 90% puro embuste, son más ciertos y reales que la vida misma, que donde hay
magia no caben matemáticas. Es el caso de hoy, Manuel Ramírez Chacón, dni 27.297.974,
1.65 m de estatura, gafas de metal redondas con 2 grados de dioptrías, natural
y residente de Triana (barrio León), por señas que no falten.
Viaja. Todos los domingos coge un
autobús interurbano que le lleve a donde sea, el primero que salga. No ha leído
la Historia de los Heterodoxos de Menéndez y Pelayo pero sabe que viajando
comienza la herejía y que las cosas, para conocerlas, hay que verlas desde
fuera.
-Qué bien hablas, tío. Lo que daría
yo por hablar asín de bien. Sobre todo cuando
no se te entiende. No iba a ligar yo ná…
Navegando por el asfalto a la deriva, porque marearse viene de mar, no
hace los viajes por turismo, o sea para poder contarlos, a Manolo hay que
meterle los dedos hasta la campanilla.
-Te cuento otra?
-Va, venga.
-Los viajes de verdad están aquí.
Y se toca el coco. Luego ríe y me da
unas palmaditas en el hombro, a ver si aprendo.
Morillo. Tr.42.3
(En las fechas en que escribí esta semblanza, allá por los
comienzos de los 80 del siglo pasado, era mucho más difícil que hoy ser
homosexual. Por muy elegante, discreto y exquisito que se fuera. Confieso mi
absurdo, prepotente, injusto, penoso, sarcástico prejuicio en su contra cuando
fui a visitarle.)
Fernando Morillo Lasso, era desde
1943 el cuidador y vestidor vitalicio de la Virgen de la Esperanza de Triana,
en la calle Pureza 10 -ahora 6- donde está la Cofradía que antes fuera
Funeraria, cuando su madre vivía. Allí me recibe, grabando en joya el escudo de
la Hermandad, con más de sesenta años de historias en sus espaldas que aún
siguen sin encorvar. No ha fallado en su trabajo ni un solo día, “ni por un resfriado”.
Trabaja el oro, el platino, pedrería…
Suyos son el puñal de oro de la Esperanza de Triana, el corazón atravesado por la
daga de diamantes, el salvavidas que lleva la imagen en la mano, el escudo del
resplandor de la corona, el anillo de diamantes que pende del interior de los
imperiales…
-La imagen de la Esperanza es el hotel
de la Virgen en Sevilla, dónde va a estar más a gusto.
Francisco la mira, habla con ella, la
viste y la desviste, la cuida, la mima… Todo lo hace sólo él. Las enaguas, corpiño
y ropa interior son riquísimas, bordadas, de encaje, de hilo y organdí. Dos o
tres horas le lleva el vestirla -24 horas en Semana Santa-. Fernando la cambia
cada dos o tres meses, cuando él lo decide, a todos les parece siempre bien. “Pero
en verano la pongo fresquita, con encajes vaporosos, para que esté más a gusto”.
Su ajuar tiene un valor
incalculable. Una saya azul, otra verde, otra roja…, la blanca de tissue es de
un traje de torero de Belmonte, otra roja de Ordóñez, la celeste del torero
Abao… Y mantos: el rosa, el blanco, dos verdes, dos rojos, todos bordados. El manto
negro valorado en 30 millones pts de la época, fue totalmente financiado por los
vecinos del barrio. El más lujoso, verde y oro, es el de salida en el Viernes
Santo, a las 2:15 se abre la puerta, a las 3:00 sale Ella a la calle.
La calle… Es el momento más penoso
del año. La noche del Jueves Santo, hasta la tarde del Viernes, cuando Fernando
se queda encerrado sin atreverse a dar un paso fuera de la Capilla de la Cofradía,
latiéndole el corazón como un tambor, temblando de miedo porque le pueda pasar
algo a su Virgen, porque será de todos pero es suya, y quién la cuidará si le
pasa..., si se cae… Hasta que regresa lo pasa mal, muy mal.
(Cuando salí
a la calle, sobrecogido, avergonzado, me sentí mal, por haber entrado a verle
con un arrogante aire de superioridad.)
Gaucho: Tr.42.4
El pub El Gaucho está en una calle de un barrio de Triana, en Sevilla. España. Su dueño es argentino "porteño", del barrio del Retiro, en Buenos Aires. La distancia entre ambas ciudades es de cerca de 10.000 kms y el vuelo es de más de 13 horas.
Si
entras por el Altozano, te cuelas por la barriga de Belmonte, hueles las
acedías del kiosko de Las Flores, no hueles la higuera cuando la dejas detrás,
a la izquierda, pasas el restaurante del Mero sin entrar…, y llegas al Gaucho.
Es un pub. Si vienes por la plaza de Cuba o el puente de san Telmo dejas de
lado Mamma Mía, porque está lleno, atraviesas la terraza del Río Grande (el café irlandés podrás tomártelo al final),
te sirves una copa de cerveza con una tapa de chipirones por veinte duros en la
Primera del Puente, una pringá en el Morapio, unos caracoles en el Volapié, o
un serranito en La Estrella, y te quedas sin ganas de probar las sardinas de
Los Chorritos. No, no, tomad nota, que va en serio, que esto es importante para
poder localizar dónde está el Gaucho.
Y por qué el nombre de “el Gaucho”?
El mismo te lo explica:
-Mirá, vos, ché, en Argentina salí
con una mina… que me dejó… y yo le he puesto este nombre, vos sabés, para darle una pista... y que
pueda encontrarme un día, si viene…
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