viernes, 15 de marzo de 2024

2477 (V 15/3/2024) Tr24.Esther

Esther es alta y delgada, 1.72 sin tacones; con ellos, más larga que yo; la nariz respingona, con el pelo rubio y cortísimo (la trenza que lleva en la foto es postiza), los ojos verdes o azules -la luz del puticlub puede engañarme- y un talle de avispa tan estrecho que mi mano, rodeando su cintura por debajo de su blusa, llega dando la vuelta hasta su ombligo. Estamos solos, me he entonado con una copa de más y ha accedido a bailar conmigo una salda con ritmo de fox-trot que es el único que me sé, dos adelante y uno hacia atrás. Dice que ya cumplió los 18 pero como la poli le pida el carné de identidad, seguro que cierran el establecimiento. Me deja acariciarle la piel de la espalda que se le granula, aunque se queja de que le hago cosquillas..
        Es de Santa Cecilia, pero la necesidad la hizo emigrar fuera de su frontera a este club de la calle de Monte Carmelo. Me informa que el reservado con champagne sale a 10.000 pelas la hora. Mi contrapuesta es venir a buscarla cuando cierren, a las tres y media de la madrugada.
        -No puedo, tengo que estar en mi casa a las cuatro.
    -¿Te das cuenta de lo bien acompañados que estamos cuando estamos solos?
           -Ah, sí? y eso cómo va a ser?
         -Yo es que nunca me encuentro más solo que cuando tengo mucha gente alrededor.
        -Pos vaya.
       -Te imagino teniendo que aguantar a clientes imbéciles, sonriéndoles sin ganas, aguantando sus roces, sus impertinencias…, proponiéndote todos que te vayas con ellos…
          -Yo me lo paso mu bien con la gente, con cualquiera.
         “Hasta contigo”, sólo le faltó decir.
    Una tromba de viejos interrumpió nuestro idilio. El más joven no cumplía ya los cincuenta. Eran cuatro. Esther estaba ya en la otra parte de la barra sirviéndoles copas a todos y riendo a carcajadas sus estupideces.
           -Qué jamones! te alimentas con bellotas?
        -Qué jamones! te alimentas con bellotas?, repetía riendo ella, y de pronto la estupidez era graciosa.
           -Mójame la garganta, que te voy a mojar el c…
           -Mójame la garganta, que te voy a mojar el c…
            Y lo obsceno era naif y lo sórdido, inocente. En un momento en que pasó cerca de mí insistí torpemente en lo de venir a recogerla dentro de un par de…
           -A recogerme a mí? como si fuera una basura?
             -Iremos al fin del mundo.
             -Eso está hecho.
             -Júralo por tus…
             -Lo juro
             -Me engañas.
             -Seguro.
          Y sin dejar de reír, esta niñata juega con los abuelos como si fuera su madre, sirviéndoles bebidas como si fueran el colacao de la merienda. Ha colocado una cassette de sevillanas y provoca a los viejos, todos, a ver si se atreven. Su recto cuerpo se llena de eses y el ombligo que asoma al levantar los brazos de debajo de su corto chalequillo que le hace de blusa, se me antoja una diana inaccesible. No soporto las miradas que dirige a su pareja. Cuando los abuelos se van para continuar su ronda, me finjo dolido, a lo que me responde hojeando indiferente una revista de desnudos al otro extremo de la barra. Pago y amenazo:
                -Te espero fuera.
          -Mira, mi arma -me apuñala con una mirada de cortafrío.
           Y me cuenta sin pausa, atropellada, lo que le queda por hacer, porque para ella no se ha acabado el día. Tiene que cuidar de su abuela y darle las medicinas, cocinarle la comida para mañana, bañarla antes de acostarla de nuevo…
        Parece cursi. Y lo es. A no ser que le esté tomando el pelo  y el inocente sea él.
      -Porque a mí la gente me preocupa muchísimo, remata ella.
        No puedo imaginar cómo será Esther cuando sea mayor de edad.

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