Prohibir
la práctica de la prostitución sólo consigue volverla clandestina, desprotegida
y sin ningún control clínico. El modelo sueco es abolirla legalmente; el
holandés, regularla. Yo me confieso indeciso.
La
calle de la vergüenza, película japonesa de Kenji Mizoguchi de 1956, narra
la vida de seis mujeres que trabajan en un prostíbulo en el momento en el que
el Parlamento de Japón debate la abolición de la prostitución.
Ante
el cierre inminente del burdel donde "trabajan", seis mujeres toman
diferentes decisiones. Una de ellas abandona a sus compañeras para volver al
pueblo, casarse con su novio y tener hijos; otra hace lo propio, pero para
independizarse de los hombres y trabajar en una fábrica. Las dos acaban
volviendo desencantadas y humilladas: es preferible un cliente por horas que un
marido celoso, tiránico y vulgar; es mucho más humano y tolerante el patrón de El
País de los Sueños, nombre del burdel, que el de la fría y extenuante cadena de
montaje; son preferibles las compañeras del prostíbulo que la soledad del
matrimonio o la del trabajo industrial.
Borgen, en Netflix, dedica a este tema el episodio 5 de la temporada 3. "Con la ilegalización (fracasada) en Suecia han proliferado los proxenetas y se ha hecho más vulnerables a las trabajadoras del sector".
Dos. Salario mínimo europeo
La
UE avanza en el componente social de la economía de mercado, después de tantas
décadas reforzando casi en exclusiva la parte financiera de la integración
comunitaria. Se trata ahora del salario mínimo que oscila entre los 2.256 euros
de Luxemburgo a los 332,34 de Bulgaria.
En el caso de España, las tres subidas
del salario mínimo interprofesional (SMI) llevadas a cabo a lo largo de esta
legislatura lo sitúan en los 1.000 euros mensuales, en 14 pagas al año. El
objetivo del Gobierno es alcanzar la meta del 60% del salario medio a finales
de 2023, lo que exigiría situar el SMI en los 1.050,
La medida, orientada a rebajar la
desigualdad entre los Veintisiete, puede llegar a beneficiar a entre 10 y 20
millones de trabajadores en la UE.
Temporeros
Una
cama, un cojín, una silla. No se necesita nada más para trabajar. Dispuestos
como en una situación de emergencia, a la espera de la llegada de
los temporeros. Ni privacidad, ni siquiera un biombo separa un
catre de otro. Hay un techo bajo el que dormir, sí, pero un enorme pabellón no
tendría que ser la residencia de nadie. Ni siquiera temporal. Deberíamos dejar
de usar la palabra trabajo para lo que no dé un salario que cubra las
necesidades básicas de una persona. Si no paga un alquiler, comida, ropa y
educación para tus hijos, no es trabajo, es otra cosa: explotación o
esclavitud.
La brecha entre pobres y ricos es
ya un enorme socavón social y la acumulación de riqueza por parte de las
gigantescas corporaciones a costa del esfuerzo de la mayoría no parece tener
límite. Esto se va pareciendo cada vez más a la Edad Media, a un feudalismo
tecnocapitalista en el que todos somos siervos labrando para recibir una parte
muy pequeña del pastel. Y otra vez nos venden por aire, mar y tierra (por vía
algorítmica o analógica) discursos que afirman que esto es una especie de
destino fatal, un hecho natural.
Y la sugerencia (sorprendente):
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