En uno de los cortos que no llegué a
grabar en mis tiempos analógicos imaginaba una casa colmena de apartamentos en
uno de los cuales un vecino orinaba en un retrete y el del piso inferior abría
un grifo para llenar un vaso de agua. Y ahora resulta que la concentración de
vecinos es ecológica, permite mayores zonas verdes comunes, ahorra energía,
reduce los costes de infraestructura (carreteras, cableados…) y no sé cuántos
beneficios más. Hasta Krugman hace su apología en su artículo de la semana. Y aquí tenemos de ejemplo a Benidorm. Agárrame esa mosca por el rabo.
Por lo visto -y oído-, en esas concentraciones
masivas de la población en un mínimo de ms2 todo son ventajas: el
cableado es el mismo para un rascacielos que para 200 viviendas unifamiliares
en una zona apartada residencial, hay ahorro de la energía per capita,
menos daño al medio ambiente… Y pone un ejemplo, Nueva York: si dispersamos una población de 70.000 personas que viven en
una milla cuadrada (unas 260 hectáreas) en una zona residencial suburbana con
viviendas unifamiliares, esos mismos habitantes ocuparían más de 9.000
hectáreas. Lo que implicaría una red de carreteras para desplazarse, coches
individuales…, todo lo cual cubriría mucho más espacio verde del que cubrían en
la ciudad de Nueva York. Las restricciones al uso del suelo en las grandes
ciudades añadiría cerca de 4% al PIB de USA, es decir casi 900.000 millones $
al año (¡?&%!?). Me clavó la puntilla alguien, cuyas opiniones respeto, que
se sorprendió al ver un reportaje en tv sobre este tema comparando las ventajas
ecológicas y urbanas de Benidorm con las de su vecina Altea. Pues bueno.
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