El Tribunal
Supremo ha condenado a penas de prisión a nueve de los 12 líderes catalanes por
el referéndum y la declaración ilegal de independencia de 2017. Otros seis
serán juzgados por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC),
mientras la Audiencia Nacional investiga a cuatro responsables policiales.
Siete excargos políticos permanecen huidos.
Las penas (con su añadido de inhabilitación) son: Oriol Junqueras, 13
años; Jordi Turull, Raul Romeva y Dolors Bassa, 12 años; Carme Forcadell, 11,5
años; Joaquim Forn y Josep Rull, 10,5 años; Jordi Cuixart y Jordi Sánchez, 9
años; y Santi Vila, Meritxell Borrás y Carles Mundó, 1 año y 8 meses de
inhabilitación por desobediencia.
Para Lluis
Bassets todo comenzó con un rechazo de una élite que se había separado
del pueblo. De allí derivó a una mitificación del pueblo como instancia
salvadora, con un antipluralismo resultante de la división entre un nosotros y
un vosotros y una aproximación antipolítica y antipartidista a
la organización de los ciudadanos. Añádase una interpretación
determinista y mesiánica de la Historia junto con la exaltación de una
democracia directa que tiene un momento culminante y salvífico en un voto
plebiscitario con capacidad para cambiar definitivamente el curso de las cosas.
E, incluso, una tendencia difícilmente reprimida al culto al líder, a pesar de
que los tiempos actuales sean precisamente de gran mediocridad y de crisis en
los liderazgos.
Pero todo resultó ser una burla, una
broma, un engaño a todos sus seguidores. Tanto es así que no sé yo muy bien si
Puigdemont salió por patas escapando de la justicia o de sus electores. Porque
los líderes ya no guiaban sino que se dejaban
llevar por las emociones que ellos mismos desataron y que luego fueron
incapaces de administrar.
Apreteu, apreteu, anima el taimado líder, no deixeu de prémer, mientras él se zampa una buena butifarra amb tomaquet desde la barrera del tendido de sombra.
Apreteu, apreteu, anima el taimado líder, no deixeu de prémer, mientras él se zampa una buena butifarra amb tomaquet desde la barrera del tendido de sombra.
Dice Vidal
Folch: “Torra condenaba la violencia genérica, pero nunca desacreditó la
concreta; sostenía que el referéndum del 1-O fue legítimo, pero reclamaba otro;
proclamaba su éxito al tiempo que lamentaba la prisión de sus patrocinadores;
reclamaba el bienestar y asumía “costos laborales y de empleo para la gente”;
calentaba un “paro de país” y le seguía la Cámara de comercio ocupada por la
ANC y el grupo parasindical dirigido por uno de los asesinos de Bultó, contra
el criterio de CC OO y UGT; barboteaba pacifismo mientras jaleaba a fundadores
de la terrorista Terra Lliure, apreteu
apreteu; venteaba la unidad del pueblo catalán pero mendigaba la de una porción
del mismo, la del bloque secesionista.”
Y ahora, qué?
Daniel Gascón, para quien
el procés no pudo construir un Estado pero aspira a
convertirse en una religión, se atreve a proponer estos apuntes sobre
el desafío independentista catalán:
La insistencia del independentismo en la “democracia”
indicaba una carencia democrática (lo mismo ocurre con la “libertad de
expresión”). Otra figura frecuente era el oxímoron: violencia pacífica,
desobediencia civil institucional...;
el conflicto se presentaba como una
disputa entre la “sociedad catalana” y un “Madrid” indefinido;
en un ejercicio de leve autocrítica admitieron
errores tácticos y estratégicos pero no fallos democráticos o morales;
muchos quedaron con la sensación
de que el catalanismo cultural se utilizó como una coartada para la dominación
de un grupo etnolingüístico sobre otro.
Y termina apelando al buen
sentido y voluntad de consenso, citando a alguien que dijo que “buen acuerdo es
el que deja a las dos partes insatisfechas.”
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