martes, 15 de octubre de 2019

1965 (M 15/10/19) Unos apuntes sobre el "procés"

El Tribunal Supremo ha condenado a penas de prisión a nueve de los 12 líderes catalanes por el referéndum y la declaración ilegal de independencia de 2017. Otros seis serán juzgados por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC), mientras la Audiencia Nacional investiga a cuatro responsables policiales. Siete excargos políticos permanecen huidos.
      Las penas (con su añadido de inhabilitación) son: Oriol Junqueras, 13 años; Jordi Turull, Raul Romeva y Dolors Bassa, 12 años; Carme Forcadell, 11,5 años; Joaquim Forn y Josep Rull, 10,5 años; Jordi Cuixart y Jordi Sánchez, 9 años; y Santi Vila, Meritxell Borrás y Carles Mundó, 1 año y 8 meses de inhabilitación por desobediencia.
       Para Lluis Bassets todo comenzó con un rechazo de una élite que se había separado del pueblo. De allí derivó a una mitificación del pueblo como instancia salvadora, con un antipluralismo resultante de la división entre un nosotros y un vosotros y una aproximación antipolítica y antipartidista a la organización de los ciudadanos. Añádase una interpretación determinista y mesiánica de la Historia junto con la exaltación de una democracia directa que tiene un momento culminante y salvífico en un voto plebiscitario con capacidad para cambiar definitivamente el curso de las cosas. E, incluso, una tendencia difícilmente reprimida al culto al líder, a pesar de que los tiempos actuales sean precisamente de gran mediocridad y de crisis en los liderazgos.
        Pero todo resultó ser una burla, una broma, un engaño a todos sus seguidores. Tanto es así que no sé yo muy bien si Puigdemont salió por patas escapando de la justicia o de sus electores. Porque los líderes ya no guiaban sino que se dejaban llevar por las emociones que ellos mismos desataron y que luego fueron incapaces de administrar.
      Apreteu, apreteu, anima el taimado líder, no deixeu de prémer, mientras él se zampa una buena butifarra amb tomaquet desde la barrera del tendido de sombra.
      Dice Vidal Folch: “Torra condenaba la violencia genérica, pero nunca desacreditó la concreta; sostenía que el referéndum del 1-O fue legítimo, pero reclamaba otro; proclamaba su éxito al tiempo que lamentaba la prisión de sus patrocinadores; reclamaba el bienestar y asumía “costos laborales y de empleo para la gente”; calentaba un “paro de país” y le seguía la Cámara de comercio ocupada por la ANC y el grupo parasindical dirigido por uno de los asesinos de Bultó, contra el criterio de CC OO y UGT; barboteaba pacifismo mientras jaleaba a fundadores de la terrorista Terra Lliure, apreteu apreteu; venteaba la unidad del pueblo catalán pero mendigaba la de una porción del mismo, la del bloque secesionista.”

Y ahora, qué?
        Daniel Gascón, para quien el procés no pudo construir un Estado pero aspira a convertirse en una religión, se atreve a proponer estos apuntes sobre el desafío independentista catalán:
       La insistencia del independentismo en la “democracia” indicaba una carencia democrática (lo mismo ocurre con la “libertad de expresión”). Otra figura frecuente era el oxímoron: violencia pacífica, desobediencia civil institucional...;
      el conflicto se presentaba como una disputa entre la “sociedad catalana” y un “Madrid” indefinido;
      en un ejercicio de leve autocrítica admitieron errores tácticos y estratégicos pero no fallos democráticos o morales;
          muchos quedaron con la sensación de que el catalanismo cultural se utilizó como una coartada para la dominación de un grupo etnolingüístico sobre otro.
        Y termina apelando al buen sentido y voluntad de consenso, citando a alguien que dijo que “buen acuerdo es el que deja a las dos partes insatisfechas.”


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