Como apostilla del
tema de la “violencia” de que tratamos ayer me apetece soltar un exabrupto: la furiosa
agresividad que conllevan y necesitan algunas revoluciones justas que prenuncian
futuras dictaduras que ya germinaban en su seno. Mejor me
explico con un par de ejemplos: Fidel Castro en Cuba y Daniel Ortega en
Nicaragua. A los dos los aplaudimos con ilusión cuando llegaron y los dos con
el tiempo se han comportado igual o peor que los dictadores contra los que
combatieron. De Fidel Castro en La Habana ya hemos hablado bastante en otras
ocasiones. Hoy nos toca Daniel Ortega en Managua.
Se cumplen 40 años del derrocamiento del
déspota Somoza que ha sido sustituido por quien le hizo salir corriendo con el
rabo entre las patas. Pero Ortega, como Castro o Maduro, se aferra a su sillón
y desde el 30 de mayo del 2018 dispara a matar a todo cuanto se mueve en la calle
pidiendo su dimisión. 375 muertos a manos de franco-tiradores lleva ya, y los
que les seguirán si no le matan a él antes.
Y qué fue lo que
pasó en abril-mayo de 2018? Pues el 30 de mayo del 2018 jóvenes y otros muchos descontentos
con los abusos y corrupción del tirano Ortega salieron una vez más a la calle exigiendo
del dictador que se fuera, lo mismo que él había hecho hace 40 años con Somoza.
“Ortega y Somoza! Son la misma cosa”! gritaban. Ortega reaccionó con
contundencia iniciando lo que sigue practicando como Operación Limpieza. Desde entonces, como Somoza en sus últimos
días, igualito que Somoza, se ha encerrado en su búnker militar, envejecido,
encorvado y mustio, y sólo asiste a algún mitin protegido por vehículos
blindados con un fuerte despliegue de seguridad. Miren en lo que quedó aquel
joven revolucionario.
Ha comprado al ejército,
como Castro y aún más Maduro, con jugosos negocios, para defender al régimen. En
cuanto a sus asuntos familiares, Carlos Salinas nos informa desde Managua: “Sus
hijos controlan un poderoso aparato mediático, convertidos en ricos
empresarios, mientras cumplen con sus caprichos. Uno formó una banda de rock;
otro se hace llevar el Festival Pucciniano a Managua para lucirse como tenor en
la ópera de Turandot; y la otra monta un desfile de moda remedando las
pasarelas de New York. Todo un derroche en el país más pobre de América Latina
después de Haití.”
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