jueves, 23 de mayo de 2019

1823 (J 23/5/19) Tolerancia… (y II)

La intolerancia, incluida la xenofobia, tiene su íntima raíz en convicciones religiosas, y más concretamente en el monoteísmo. El monoteísmo no sólo impone un solo dios (una sola idea) a los que lo practican sino que rechaza a los otros que, siendo también monoteístas, adoran a un dios distinto. Los bloques son compactos y no permiten fisuras ni trasvases pero en tiempos anteriores bien que practicaron el proselitismo.
La primera religión monoteísta apareció hacia 1350 en Egipto cuando el faraón Akenatón proclamó a Atón (Sol) como único dios de Estado al que todos los súbditos egipcios debían rendir culto. Conviene añadir más datos sobre este suceso singular: que el sol (o rey sol) era una divinidad máxima y muy extendida entre las culturas contemporáneas; que en aquellos tiempos Egipto había sometido a otros pueblos periféricos que el faraón quiso aglutinar bajo una misma divinidad; que Akenatón pretendió debilitar a la prepotente clase sacerdotal egipcia y a su dios Amón con su nueva religión de Estado; que su pretensión duró lo que duró su corta vida y que tan pronto falleció los sacerdotes restablecieron el orden religioso secular egipcio; y que quizás su mensaje caló en un noble egipcio, Moisés, que fundó la primera de las tres religiones actuales monoteístas.

    Hemos repetido numerosas veces en este mismo blog que en el nombre de dios se han perpetrado las mayores iniquidades la historia. El principio de que “el fin (bueno) justifica los medios” (incluso los más perversos), es el comienzo de toda inmoralidad. Pero los monoteísmos no han dado importancia a esas menudencias.
Huitzilopochtli
    El politeísmo no es proselitista ni persigue “herejes” o “infieles”. Los imperios politeístas no intentaban convertir a sus súbditos ni enviaban ejércitos para imponer a su Osiris egipcio, su Zeus griego o su Huitzilopochtli azteca (compárese con las misiones cristianas). Los pueblos sometidos (o integrados) debían respetar a los dioses imperiales porque ellos protegían y legitimaban el imperio pero no se les exigía que abandonaran los cultos a sus dioses locales. Más aún, incorporaban éstos a sus divinidades imperiales, casos de la asiática Cibeles o la Isis egipcia añadidas al panteón de los máximos dioses romanos. Sólo rechazaban a los cristianos porque su dios, monoteísta, rechazaba el culto a ningún otro dios, y por tanto no respetaban a los dioses imperiales, lo cual era una carga en profundidad contra la propia estructura del imperio. Aun así, en las desprestigiadas persecuciones contra los cristianos, en los 300 años que transcurrieron entre Cristo y Constantino los romanos iniciaron sólo cuatro de ellas con una mortandad de pocos miles, mientras que en las guerras religiosas entre católicos y protestantes que aceptaban el mismo dios así como el mismo evangelio, en los siglos XVI y XVII se mataron entre sí por cientos de miles. Sólo en una noche, la del 23 de agosto de 1572, la noche de San Bartolomé, los católicos franceses asesinaron entre 5.000 y 10.000 protestantes en menos de veinticuatro horas. En esas veinticuatro horas murieron por intolerancias religiosas más cristianos a manos de otros cristianos que los que habían caído a manos del Imperio romano politeísta a lo largo de toda su existencia.
   En todo caso el monoteísmo cristiano no es tal, pues los santos que reciben culto según sus especialidades son numerosísimos (politeísmo), santificando deidades paganas disfrazadas y canonizadas, que quedaban así colonizadas. La misma Virgen Madre recibe en España más devoción que el propio Dios Padre. Los cristianos creen en su dios monoteísta, pero también en el Demonio dualista, en santos politeístas y en espíritus animistas. En realidad, el cristianismo no practica el monoteísmo sino el sincretismo.

    Si el mal de raíz de la xenofobia imperante en nuestros tiempos es la intolerancia fruto de convicciones religiosas, esto es monoteístas, la cura de este mal sin duda debe comenzar en las escuelas con una educación laica. Nuestra tolerancia tiene un límite, tolerancia cero, contra la religión monoteísta que impregna en toda Europa nuestra vida cotidiana. Amén.


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