(Lo que sigue,
tanto hoy como mañana, es una mezcolanza de reflexiones de Daniel Olguin profesor
y bloguero argentino, de Yuval Noah Harari profesor de Historia en la
Universidad hebrea de Jerusalén: "Sapiens, de animales a dioses", y del nota que suscribe.)
Comienzo conmigo:
Tolerancia suena así, o puede sonar así, como a soportar lo inevitable, resignación,
puaf! buf! qué se le va a hacer, pero bueno esto es lo que hay, con estos
bueyes aramos, no? Podemos elevarlo a la excelsa categoría de admisión de lo
ajeno, de civismo, de buena educación, pero no evita el lastre de un
conformismo penoso, costoso, y casi cutre. Algo así como ni chicha ni limoná.
Podríamos concluir
este apartado aquí. Pero la tolerancia merece algo más.
Para empezar la
palabra tiene connotaciones de falta de respeto y a menudo desprecio hacia
quienes son tolerados. Tolerar es otra cara de la discriminación. Tanto los individuos como los grupos asumen
una superioridad moral por ser tolerantes. Entonces, tolerar, ya sea a una persona o a un grupo, o a una línea de pensamiento o ideología, implica en el fondo que se trata de algo defectuoso, imperfecto. Y esta calificación de defectuoso o imperfecto deriva de la medida en que esa persona, ese grupo o ese pensamiento, difiere de las creencias de uno.
La tolerancia capacita a grupos e individuos
simplemente a reconocer que hay diferencias, pero sin examinarlas o
explorarlas. De esta forma, la tolerancia niega a "los otros" una posición equiparable dentro de la sociedad, su legitimidad para la convivencia. Por consiguiente, antes que crear nódulos de empatía, el concepto de tolerancia proscribe la solidaridad al impedir la igualdad, y al hacerlo así promueve una relación entre dominante y dominado. Es más, la idea tolerancia legitima nuestros prejuicios.
Así que… (Bueno, yo ya me he despachado.)
La intolerancia es más contundente, menos
hipócrita, y además alardea sacando pecho como parte de su actitud. No hace falta
describirla, basta con mirar en rededor y la podemos ver en todas partes. Adora
la uniformidad, rechaza por tanto la diversidad, se encarna en los nacionalismos
excluyentes y anatematiza toda
creencia que le resulte ajena.
Cuando la intolerancia es radical, en relación con algún tema concreto, se expresa como tolerancia cero. Mañana veremos dónde
se enraízan estas tres aberraciones.
En el título de esta entrada se echa en falta un cuarto
apartado, ajeno a los tres anteriores. Me refiero a la empatía. La aceptación del otro, de la diversidad. No se trata de integrar a los que son distintos sino de
aceptarlos, tal como son. Y no con
paciencia y resignación sino con la alegría que proporciona compartir tiempos y
espacios con otros que, siendo distintos, son de nuestra misma condición. La
diversidad enriquece, da nuevos coloridos y estimula nuestra imaginación,
añadiendo recursos a nuestra capacidad y desarrollo.
Como no podía ser de otra manera |
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