La cumbre pontificia sobre la pederastia habría adquirido mayor
credibilidad si no fuera porque unas horas después de clausurarse esposaban
simbólicamente al número tres del
Vaticano. Era el rango que ocupaba el cardenal Pell como ministro de
Economía. Y la prueba de una implosión que contradecía el esfuerzo cosmético
con que Francisco anunciaba la catarsis, la persecución de los abusadores, la
cooperación ineludible con la justicia. Lo escribe Rubén Amón con fecha 3/3/19 en el diario El País/Ideas, suplemento dominical.
George Pell (Ballarat, Australia, 1941) trabajaba
a su vera desde 2013. Y había sido acusado de abuso de menores en el año 2016,
aunque el santo padre se decía convencido de su inocencia y de su bondad. Lo ha
desmentido ahora un tribunal de Victoria (Australia) con el peso de una
sentencia estremecedora: Pell abusó de un niño y violó a otro. Ingresará en
prisión el 13 de marzo. Podría caerle medio siglo entre rejas. No vivirá para
cumplirlo, pero sí para expiar sus delitos, sus pecados y sus contradicciones.
Los delitos permanecieron sepultados un par de décadas, hasta que la apertura de una gran investigación de Estado en 2012, a iniciativa de la primera ministra Julia Gillard, acreditó 4.444 casos de pederastia.
Los delitos permanecieron sepultados un par de décadas, hasta que la apertura de una gran investigación de Estado en 2012, a iniciativa de la primera ministra Julia Gillard, acreditó 4.444 casos de pederastia.
Pell se jactaba de perseguir a los divorciados y a los homosexuales.
Consideraba a los unos y a los otros una plaga incorregible, pero curiosamente
formaba parte de la segunda categoría. Pell transgredió
el Código Penal abusando de dos niños de 12 y 13 años en la década de los
noventa. Aún no había adquirido el rango de arzobispo de Sidney —lo
desempeñaría entre los años 2001 y 2014—, pero sí había consolidado un carisma
imponente y un discurso demoledor contra las libertades sexuales, los anticonceptivos,
el laicismo y el comunismo. El rango de cardenal
se lo otorgó Karol Wojtyla en el 2003, de suerte que Pell estuvo en el colegio
que eligió a Benedicto XVI y figuró en la lista B de los papables.
Trascendieron sus
diatribas contra los divorciados. Y contra su progenie, pues sostenía Pell que
los hijos de padres separados estaban predispuestos a las drogas y al
libertinaje. Fue arzobispo en Melbourne durante cinco años (1996-2001) donde se
enorgulleció de negarle la comunión a 75 parejas, a las que expulsó del templo
como si fueran una epidemia.
Formaba
parte de los nueve cardenales más allegados a Francisco (un grupo conocido como
C9). Y de los menos escrupulosos con el dinero y las costumbres. Jorge
Bergoglio le encomendó encargarse de la limpieza de las nauseabundas cuentas,
pero la eficacia y contundencia de sus acciones no contradijo la extravagancia
de su nivel de vida. Viajaba en primera su eminencia. Frecuentaba restaurantes
carísimos. Ocupaba un lujoso apartamento de 4.600 euros en el perímetro sagrado
de Roma. Y se gastó unos 500.000 euros entre julio de 2014 y enero de 2015, aunque no ha
sido el dinero la maldición del cardenal australiano sino la delincuencia
sexual, convirtiéndose en el primer alto prelado de la Iglesia católica
condenado por la justicia civil en un caso de pederastia.
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