“las comidas navideñas, tanto las de empresa como las
familiares, son bombas de relojería en las que acostumbra a haber más
incidentes que en cualquier otro momento. Lo obligado de muchas de esas
celebraciones, la artificial camaradería con la que se desarrollan bastantes de
ellas, la desinhibición que producen la comida y el alcohol en exceso, las rencillas
y rencores acumulados durante mucho tiempo, las diferencias ideológicas, los
caracteres contrapuestos, todo eso forma un cóctel explosivo que cualquier
discusión puede hacer saltar provocando que la celebración se convierta en el
revés de lo que se pretendía con ella. Por eso, se recomienda por los
psicólogos, con el fin de la buena marcha de esas comidas o cenas, no abordar
temas delicados que puedan dar lugar a enfrentamientos entre los comensales. Ni
la política, por supuesto, ni el fútbol, que mueve tantas pasiones, ni la
religión o el sexo son temas convenientes a tratar, y lo mismo sucede con
algunos más: en el caso concreto de los españoles, Cataluña, la exhumación de
los restos de Franco del Valle de los Caídos, la corrupción, la memoria histórica,
la prisión permanente revisable, los toros, la elección de los jueces, la
monarquía…
Y entonces, de qué podemos
hablar? del tiempo…? Pues ni eso, siempre puede haber al acecho un negacionista
del cambio climático… Aunque siempre se podrá hablar de lo rápido que ha pasado
el año.
Dialogar implica escuchar. Y no aferrarnos a nuestros juicios o prejuicios si queremos exigir reciprocidad. La incapacidad para el diálogo puede deberse a una percepción distorsionada de la realidad cuando adaptamos ésta a nuestros esquemas, a una forma previa de ver el mundo e interpretar los hechos sólo para reafirmarnos en nuestras ideas y/o valores, porque los datos sólo interesan si refuerzan las propias posiciones, nos desvela Daniel Gascón, y los empleamos como el borracho utiliza la farola: para buscar apoyo y no iluminación.
Dialogar implica escuchar. Y no aferrarnos a nuestros juicios o prejuicios si queremos exigir reciprocidad. La incapacidad para el diálogo puede deberse a una percepción distorsionada de la realidad cuando adaptamos ésta a nuestros esquemas, a una forma previa de ver el mundo e interpretar los hechos sólo para reafirmarnos en nuestras ideas y/o valores, porque los datos sólo interesan si refuerzan las propias posiciones, nos desvela Daniel Gascón, y los empleamos como el borracho utiliza la farola: para buscar apoyo y no iluminación.
El caso es que nunca se ha
hablado tanto, y practicado tan poco, del diálogo. Diálogo, diálogo, diálogo…
Mucho diálogo, todo de pacotilla, de la boca pa fuera, y poco más. Y cuando
alguien lo intenta, el Presidente del Gobierno sin ir más lejos, resulta que su
comportamiento es humillante y traicionero. Válgame el cielo.
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