No me parece exagerado afirmar que la educación a la
que nos tienen sometidos tiene como objetivo tácito (explícito a veces) el
mantenernos infantiles y amedrentados frente al Padre, político o divino (civil
o religioso). El derecho a rebelarnos es para algunos una obligación, máxime si
se profesa la convicción de que, por principio, el rebelde propugna siempre el
cambio (para mejor). Es en este marco que lanzamos los siguientes exabruptos
con la intención de provocar y espolear las mentes de los que bregan por tener ideas
propias.
Nos
enseñan que lo bueno es bueno y lo malo, malo, pero luego la realidad nos
sorprende con que lo bueno es muchas veces tonto y lo malo, útil (incluso ya se
habla con sorna de “buenismo”). Nos aseguran que la virtud siempre triunfa y el
vicio nos arruina, cuando en realidad frecuentemente ocurre todo lo contrario.
Y que la verdad, como el amor, está llamada a triunfar mientras que la mentira
no lleva a ningún lado (mentira! la verdad puede llegar a ser cruel y la mentira,
divertida, ahí tenemos el teatro, el relato, la ficción…). Por no hablar del amor
que si es efímero (natural) es falso mientras que si se aguanta la convivencia,
por dura que sea, entonces se trata del amor verdadero (true love, que dicen otros). Y así podríamos seguir con todos y
cada uno de los valores que nos han inoculado a machamartillo…, a fin de someternos
dócilmente y permitir que la elite (minoritaria) de la sociedad cabalgue sobre
la grupa de los desafortunados (mayoría). Y así nos va. Sufriendo la represión cuando nos sometemos y el sentimiento de culpa cuando nos rebelamos.
Con una válvula de escape, eso sí, la
sátira, para que el sistema no reviente. Recuerdo el chiste de Forges donde un
prisionero atado a una pared con cadenas y argollas le dice a su compañero, atado también como él: “mira,
mira cómo muevo el dedo gordo del pie derecho, lo ves?”
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