miércoles, 16 de mayo de 2018

1596 (X 16/5/18) El matrimonio como sala de tortura

       La dialéctica entre orden y libertad es de difícil equilibrio. No cabe uno sin la otra y viceversa, pero los que ponen el orden sobre la libertad son conservadores mientras que los priorizan la libertad sobre el orden son más progresistas, rebeldes y libertarios. Esto a nivel político-social.
       A nivel personal somos mitad bilogía mitad cultura. O las dos al 100%. O tan sometidos a la genética como al aprendizaje.
         Y este preámbulo a cuento de qué viene?
       Pues a cuento de que si somos genéticamente gregarios, tanto que sin los demás no podríamos ser nosotros mismos, también somos individualmente libertarios, en el sentido de necesitar nuestro propio espacio y tiempo. Y el problema radica en que, según todos los indicios, la compañía y la privacidad no parecen compatibles.
      Y también viene a cuento de que el mito del true love, el amor verdadero, hasta la muerte, estalla hecho añicos cada día con más frecuencia a pesar del juramento de amor eterno al que se comprometieron en su día, provocando graves sufrimientos cuando las parejas (o uno de los dos) deciden separarse.
         Y es que no hay mal, ni amor, que cien años dure. Ni cien años ni doce, y en algunos casos ni siquiera doce meses. Cuando Eros nos asaetea se produce el milagro: la compañía es tan deseada como inevitable y el espacio y el tiempo se comparten en una fusión que sólo cabe mientras dura la abstracción del embelesamiento. Pero, ay, casi todos caen en el error de convivir, y cuando el entusiasmo se termina la convivencia resulta difícil cuando convive más de uno. Bien es verdad que, ofuscados por la idea de amor eterno, o por cuidar de los hijos, o por los valores sociales vigentes, o por cuestiones moral o religiosa, la mayoría intenta continuar la relación aprovechando el cariño que se tiene tras largo tiempo juntos. Cariño que podría seguir uniendo a la pareja si pudieran disponer de espacio y tiempo libres para cada uno, o sea, no conviviendo juntos. Pero cuando deciden persistir a pesar de las tensiones que esta obligación conlleva, ay, entonces el matrimonio se convierte en una celda de tortura. Que no? Bastará con que echéis una mirada en rededor. Contadme luego.
      Digo yo que esta reflexión servirá al menos para entender (que no justificar) los casos de maltrato y violencia doméstica. Supongo que antes de estallar han tenido que sufrir un proceso de deterioro y autodestrucción, colonizando el agresor cada palmo de tiempo y de terreno.

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